Te necesito, Thranduil, no sabes cuánto

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En unos segundos la ropa de ambos había desaparecido y el rey se adueñó del seno femenino, ávido. Con las dos manos abarcó ambos pechos, perdido en la suavidad, en la redondez y el peso. Bajó la cabeza y reverenció las aureolas erectas con la lengua, traspasado por una necesidad primaria, devastadora, que lo empujaba a la locura.

—Eldrïel, Eldrïel... —repitió su nombre, hambriento de ella. Abarcó las caderas femeninas, apretó las nalgas hasta dejarle los dedos marcados y la guió hasta su miembro, libre de trabas, duro y pulsante.

—Oh, sí —acogió, vehemente, al notar el tórrido y pulsante calor que se frotaba contra su humedad. Abarcó el rostro masculino, deseosa de sentirlo ya que no podía verlo, y repitió, sensual—. Oh, sí, mi rey. ¡Ven a mí!

Thranduil empujó, certero, brutal y la empaló con un poderoso envite de caderas, tan potente que la aplastó otra vez contra la pared a sus espaldas.

Eldrïel emitió un quejido, con los ojos cerrados. El deseo carcomía la contención masculina, pero se detuvo, preocupado.

—¿Eldrïel? —inquirió.

Pero ella no contestó, en cambio movió las caderas para empalarse más profundo sobre la turgente dureza del miembro del rey, al tiempo que exhalaba un largo gemido de placer y delicia.

—Te necesito, Thranduil, no sabes cuánto —murmuró con la voz enronquecida por la pasión que la poseía, los labios muy cerca de la oreja masculina. De inmediato percibió la tensión que se apoderó del rey y sonrió cuando este penetró aún más hasta hundirse por completo en su candente y apretado interior.

Un largo gruñido subió por la garganta de Thranduil, lleno de ecos de necesidad pura. Se retiró al tiempo que cogía las manos de ella, encadenadas a las argollas, y las llevaba contra la pared, donde las sujetó con fuerza. Volvió a empujar, potente, lleno del vigor que se había negado a sí mismo durante demasiadas eras. Salvaje, se acopló a ella fogoso, desatado, encendido, en un vaivén brutal, delirante de placer. Pero no tenía suficiente, le soltó las manos y le pasó los brazos en torno a la esbelta cintura, por detrás, para estrujarla con ímpetu contra su torso. Enredó los dedos en la larga cabellera negra y tiró hacia abajo para exponer la blanca garganta a su sedienta boca. Reverente y posesivo, se apropió del cuello, con enardecida vehemencia.

Eldrïel gemía, trastornada por el gozo que crecía en su vientre como un ensordecedor rugido que subía y subía hasta hacerla perder el sentido de la realidad, del tacto del hierro alrededor de sus muñecas, de la oscuridad que reinaba en la celda, para solo sentir el calor del rey, , la potencia de su cuerpo, de su piel, de su olor y la suavidad de los mechones de la larga cabellera que la rozaban en los hombros con cada poderoso envite. Pero despacio, muy lento empezó a percibir una luz detrás de los párpados cerrados, una luminosidad tan hermosa como jamás había presenciado, ni tan siquiera la de sus amadas estrellas, y abrió los ojos. Se quedó sin aliento al ver a Thranduil envuelto en un suave resplandor, como si la propia claridad naciera de su alma. Agrandó los ojos, sobrecogida, el alma en vilo, al constatar que ya no habría vuelta atrás para ella. Sintió un sacudida en su ser, su corazón se abrió como una flor ante los esperados rayos de sol después de una noche invernal y supo que él se había adueñado de su corazón, de su alma, que solo Thranduil había conseguido abarcar su espíritu. Su presencia, su existencia la llenaba de calidez, de entrega, de un amor puro, desmedido más allá del tiempo, más allá de cualquier edad o incluso la misma muerte.

—Mi Señor... —Se ofrendó por completo, con devoción. Deslizó las manos sobre los poderosos hombros, en una caricia amante, mientras sentía los labios masculinos succionar la tierna piel de su garganta con codicia, y los potentes y brutales embates la llevaban más allá de sí misma para explotar en un clímax arrollador, intenso, candente.

Thranduil penetraba con afán, en un bombeo feroz, el alma sobrecogida ante el calor que se expandía por su ser, por todos los recovecos de la esencia de lo que lo hacía ser él mismo y una paz como no había conocido desde hacía tanto que ni lo recordaba se prodigaba en su corazón en oleadas serenas, rítmicas e irresistibles. Oyó a Eldrïel llamarlo e irguió la cabeza para mirarla, el espíritu colmado por el tono entregado, y descubrió los ojos verdes mirarlo, fijos. Se sumergió en ellos como si no hubiera un mañana.

—Elenion Ancalima* —musitó, traspasado por la fuerza inquebrantable de esa mirada limpia, íntegra, otorgada.

El cuerpo femenino se tensó entre sus brazos, ella abatió los párpados, se arqueó y emitió un agudo grito de placer que resonó con fuerza en el pasaje al tiempo que su cuerpo se sacudía con vibraciones intensas. El interior femenino, caliente como la lava derretida, lo apresó con convulsiones espasmódicas por el gozo del clímax y ya no pudo controlarse. Se derramó de forma brutal, hundido profundo en el interior de esa elfa que lo devolvía a la vida.


* La más brillante de las estrellas

Eryn GalenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora