¡Dejadme salir! ¡Tengo que regresar!

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Thranduil desmontó en el campamento que sus servidores habían montado, a unos kilómetros de donde se estaba desarrollando la batalla, sin dejar de sostener el cuerpo de Eldrïel contra su torso.

—Dale de comer extra de avena y de beber, y cepíllalo bien. Se lo ha ganado —indicó al mozo que acudió a cogerle las riendas. Inclinó la cabeza ante la testa del venado y junto la frente con la él—. Gracias, mellon —musitó, agradecido. Cunneryn emitió un murmullo interior, una especie de resoplido ronco y Thranduil le sonrió antes de dirigirse hacia su tienda, con Eldrïel en brazos, posesivo, como si nunca más fuera a soltarla.

Entró, avanzó por el amplio interior y la depositó con suavidad sobre el mullido lecho que había en un apartado, tras unas cortinas. Eldrïel se removió, inquieta, murmuró en sueños, pero no se despertó. No lo haría hasta que el rey le desbloqueara el ganglio motor intraversal.

Thranduil se sentó junto a ella, alargó la mano hacia la nuca femenina dispuesto a despertarla, pero se quedó quieto unos segundos mientras la contemplaba, estremecido. Al final la desvió hacia el rostro, retiró un mechón de cabello negro que había caído sobre la frente femenina con los dedos, tierno, e inspeccionó el rostro que lo había obsesionado noche tras noche desde hacía casi veinte lunas.

¡Por fin estaba a salvo!

Por fin podría regresar a Imladris y retomar la vida que llevaba antes de conocerlo. No quería ni imaginar los tormentos que habría padecido a manos de Azog, pero Elrond podría sanar su cuerpo y Galadriel su mente, bloqueando incluso los recuerdos más perturbadores si así lo deseaba la avari.

El rostro de Eldrïel estaba muy pálido, muchísimo más de lo que era habitual en ella, presentaba unas ligeras ojeras azuladas por debajo de los ojos y los labios, antes rojos cual cerezas, habían perdido esa tonalidad encendida.

Thranduil recorrió con la mirada el resto de la piel que quedaba al descubierto en busca de heridas, contusiones o señales de lo que pudiera haberle hecho Azog o cualquiera de sus secuaces, antiguas o recientes, pero no halló el menor rastro

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Thranduil recorrió con la mirada el resto de la piel que quedaba al descubierto en busca de heridas, contusiones o señales de lo que pudiera haberle hecho Azog o cualquiera de sus secuaces, antiguas o recientes, pero no halló el menor rastro. Los elfos sanaban muy rápido, pero ciertas heridas dejaban una pálida cicatriz, casi invisible a ojos no elfos, que los acompañaba el resto de su vida. Extrañado contempló el peculiar atuendo de un brumoso color blanco, desgajado por el uso. Parecía de confección humana, en hilo, aunque de forma burda pues las mangas y cuello eran simples aberturas hechas con un cuchillo que había deshilachado la prenda, como si hubieran cogido un saco de harina y hubieran rasgado el fondo por tres sitios para confeccionar esa especie de túnica.

Meneó la cabeza, apesadumbrado. Le pesaba en el alma el sufrimiento de ella. Si él no hubiera salido del reino de esa forma tan intempestiva, llevado por sus demonios internos, ella jamás habría caído en las garras de los orcos, se culpó por millonésima vez, furioso.

¿Qué le habría ocurrido durante el tiempo que permaneció prisionera de Azog? Recordó el momento de su liberación y el extraño comportamiento que Eldrïel había tenido, como si quisiera regresar con su captor a toda costa y no deseara ser liberada del cautiverio.

Eryn GalenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora