Eldrïel, hoy he venido a despedirme

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Al cabo de unos minutos Eldrïel lo rompió, intrigada por lo que los rodeaba.

—Este lugar es muy hermoso. Está tan lleno de paz. Me maravillan estos árboles, pero no entiendo... El resto del bosque se ha tornado oscuro, como si una pátina de sombras lo cubriera. En cambio aquí es diáfano. El olor es fresco, vitalizado. Los pájaros gorjean y el aire es limpio, puro. —Abrió los brazos y abarcó lo que los rodeaba, sin comprenderlo, pero admirándolo.

Thranduil alzó la vista y contempló con embeleso las altas copas. Le encantaba el bosque, incluso el de allá afuera. Amaba con profunda pasión los árboles. Su verdor, sus fuertes raíces; eran compañeros silenciosos, pero constantes, inalterables, llenos de vida.

—Era un reducto natural —explicó, al tiempo que recordaba los primeros tiempos, cuando decidió fortificar el reino, y descubrieron esas cavernas bajo la colina, ideales para sus propósitos—. Son varias hectáreas de terreno, rodeadas por un muro de roca, una extensión de la misma colina bajo la que vivimos, aunque tenía una abertura al exterior. Me limité a cerrarla y hacer seguro este espacio para poder seguir disfrutando del bosque sin necesidad de militarizarlo —esclareció. Alzó un brazo y señaló hacia el sur—. Si vas en esa dirección hallarás una solida pared de roca de cinco metros de grosor. Ni las arañas, ni los orcos saben de la existencia de este paraje. Mis soldados patrullan por encima de forma regular, atentos a cualquier grieta o peligro que pueda acechar la seguridad del reino.

Eldrïel asintió, observando hacia la dirección que él le decía. Al poco tiempo levantó la vista hacia el rey y quedó clavada en el sitio. La expresión masculina era relajada, de paz, como si al contemplar el bosque su ánimo se serenara y todas las preocupaciones que acarreaba a diario sobre sus espaldas fueran más llevaderas, más livianas. Conmovida, tragó el nudo emocionado que se le formó en la garganta. De forma inexorable se fijó en la belleza viril que irradiaba Thranduil sin proponérselo, sin pensarlo. Luchó con todas sus fuerzas contra sí misma para no fascinarse, para no caer rendida ante ese elfo que no dejaba de rechazarla, pero acabó ignominiosamente derrotada. Retiró la vista y hundió los hombros.

—Es magnífico, no... No sabía de su existencia —comentó, procurando que no se le notara—. Nadie me dijo nada y me hubiera encantado pasear a diario por aquí —alegó, algo molesta, aunque de inmediato añadió—: Pero también es verdad que antes no tenía tiempo, con los entrenamientos y las reuniones después de la cena, no disponía de más horas libres.

Thranduil cabeceó, le dirigió una breve mirada y continuó.

—Hiciste un buen trabajo con mi gente, ahora son mucho más rápidos, incluso yo soy más rápido —afirmó.

Eldrïel agrandó los ojos, asombrada.

—¿Vos?

—Sí, le dije a Legolas que me mostrara los movimientos con los que adiestrabas a mis soldados —confesó, relajado. No se daba cuenta, pero se encontraba muy a gusto a su lado. Tranquilo y sosegado, como si ella le aportara la paz que tanta falta le hacía.

Eldrïel ladeó la cabeza, pensativa. Ahora comprendía por qué en la celda él adoptó esa característica posición con las manos, dispuesto para la pelea. ¡Legolas le había transmitido lo que le había enseñado a él! Y esbozó una sonrisa, el ánimo más contentado.

 ¡Legolas le había transmitido lo que le había enseñado a él! Y esbozó una sonrisa, el ánimo más contentado

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Eryn GalenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora