¿Cómo has podido?

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—¿Cómo has podido? —estalló Thranduil al final, tan indignado que tenía ganas de zarandearla, de rugir.

Después de despedirse de ella en el bosque había huido hacia sus aposentos, con el ánimo en zozobra. Le laceraba el alma alejarse de ella, un dolor terrible le abría las arterias y sentía que se le escapaba la vida a cada paso que daba. «¿Qué diantres me está pasando?», se preguntó. La congoja lo ahogaba. A duras penas consiguió llegar a sus estancias, como un borracho que hubiera perdido la dignidad, el sentido y la voluntad.

Se apoyó en una de las columnas que jalonaban la caída del agua al estanque de plata, sin aliento, el corazón furibundo en su pecho. Inhaló con fiereza en busca de un oxígeno que se negaba a entrar y gruñó, desquiciado. Se quitó la túnica que portaba con un contumaz movimiento de los brazos, la prenda cayó al suelo donde quedó olvidada. Empezó a andar de un lado a otro mientras los pulmones le ardían, agónicos.

Entonces se detuvo en medio de la estancia, iluminado por la luz de la luna que entraba a través de las oberturas del techo

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Entonces se detuvo en medio de la estancia, iluminado por la luz de la luna que entraba a través de las oberturas del techo. Las sombras de su interior desaparecieron al paso del hielo que se derretía en su corazón como un glaciar ante la explosiva, salvaje y contundente erupción de un volcán. Una feroz tormenta se desató en su ser al comprender, por fin, la verdad en estado puro: desnuda, vital.

—¡Por todos los Valar! ¡Qué ciego he estado! —gritó al silencio. No contento con eso lanzó un alarido que le dejó las cuerdas vocales en carne viva y acabó riendo como un demente.

¡Estaba total y absolutamente enamorado de Eldrïel! ¡Hasta las entrañas y más allá!

¡La amaba con cada parte, con cada célula de su ser! De forma incuestionable,innegable.

Y no había sido capaz de verlo, de percatarse de que dentro de él nacía y arraigaba en su corazón, en su alma ese poderoso sentimiento, con la rotunda fuerza  que solo el amor puede otorgar.

Obcecado en la culpabilidad que sentía por la muerte de Elthenereth, se había flagelado hasta ponerse una venda delante de los ojos cuando Eldrïel apareció con su mirar directo, transparente. Con su risa, con esos labios tan apetitosos como las cerezas, con la fuerza con la que peleó junto a él en aquella hondonada, con la pasión con la que le había respondido en la celda. Y de pronto sintió un demoledor impacto en el tórax cuando comprendió, por fin, qué había pasado con las heridas que Azog le infligió en aquella rueda perversa: ella lo había sanado. Debió aprender la técnica de Elrond, en Rivendel. Por eso la encontró desvanecida a sus pies cuando despertó. Una sanación de esa envergadura habría consumido parte de su energía vital. ¡Qué necio, qué soberbio había sido! La trató con desprecio, con distancia y ella le había respondido siempre con generosidad, con honor. ¡Por Eru! Había sido un imbécil, al final se había convertido de verdad en ese ser arrogante con el que se disfrazaba. ¿Cómo podría hacerse perdonar por ella?

¿Sentiría ella algo por él?

Si bien era cierto que Eldrïel había estado con aquel humano, que además estaba casado, este la había dejado sin ningún miramiento.

¿Podría conquistarla, ganarse su corazón?

Thranduil irguió la cabeza, con un brillo determinado en la mirada. ¡Haría lo imposible!

Ahora que su corazón volvía a latir lleno de vida, lleno de un amor sublime que iluminaba cada recoveco de su ser, no iba a darse por vencido

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Ahora que su corazón volvía a latir lleno de vida, lleno de un amor sublime que iluminaba cada recoveco de su ser, no iba a darse por vencido. La cortejaría, la conquistaría, sería un padre para ese niño, un amante esposo para ella.

Sin pensárselo salió en estampida de sus habitaciones y corrió hacia las estancias que le había asignado a Eldrïel después de su liberación. Por suerte no se cruzó con nadie y se preguntó, sin mucho interés, qué hora sería. Atravesó el pasaje de entrada sin llamar y halló la sala común vacía. Se encaminó hacia la habitación de la derecha, sin saber si era la de Eldrïel, y se asomó con cautela. Vio juguetes por el suelo, ropa infantil en una silla y un lecho pequeño. Iba a salir al comprender que era la del infante, pero su mirada se demoró en el camastro. Un mechón de cabello se veía asomar por encima de la ropa de cama y avanzó despacio, atraído como en un hechizo. Se aproximó con cuidado, alargó la mano y retiró un poco la frazada. La conmoción por lo que vio explosionó en su ser, aturdiéndolo como si millones de luces se encendieran de súbito. Un estallido de color platinado inundó sus retinas y lo hizo hincar las rodillas en el suelo, conmovido. Sin que se diera cuenta gruesas lágrimas surcaron su faz, barriendo todas las dudas, todo el dolor, como un rio que se abriera paso sobre una tierra yerma y seca, y la reverdeciera de nuevo.

Y ahora estaba ante Eldrïel sin saber si la furia que lo agitaba por la mentira que ella le había contado ganaba a la felicidad absoluta que lo colmaba al revelarse ante él la verdad que le ocultó. 

Eryn GalenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora