¡Os lo prohibo!

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Juntos lucharon, compenetrados, durante varias horas mientras la hondonada se rellenaba con los cuerpos hediondos de los arácnidos muertos.

El anochecer llegó y cubrió el lugar de tinieblas tan densas que Eldrïel casi no veía ni sus propias manos cuando las ponía delante de la cara.

—¿Majestad? —inquirió, dudosa, en un momento en el que las criaturas se replegaron y dejaron de atacar, nerviosas. No iba a cuestionarlo, pero no creía que luchar contra el inagotable río de criaturas hasta el último día de Arda fuera una idea sensata.

Thranduil renegó en voz baja y al fin emitió un suspiro. Llevaba todo el día luchando, se sentía lleno de energía, podría seguir durante días, pero era una campaña descomunal para un solo elfo. La hueste de artrópodos era innumerable. Echó un vistazo a su alrededor con sus sentidos élficos y comprobó que había diezmado de forma considerable a una población tan dañina, pero que solo debía ser la punta de lanza de un ejército ingente de oscuridad. Los ataques ya no eran tan seguidos, las criaturas ya no se lanzaban a muerte y ahora estudiaban la situación antes de ir a por ellos.

—Retrocede, hacia el norte —ordenó, seco.

—Mi señor, no pienso irme sin vos —alegó de inmediato Eldrïel, determinada a no obedecer una orden que consideraba insultante, sin mirarlo. Observaba atenta a su alrededor, alerta ante un nuevo ataque.

Thranduil ladeó la cabeza hacia atrás, intrigado, para observarla. La tenacidad y valentía de la avari llamaban su atención. Sin duda sus soldados tenían razón: era una consumada luchadora, como bien había podido comprobar.

—Yo voy detrás de ti —afirmó, en el mismo tono cortante—. Ve —instó. La había observado luchar a su lado, defendiendo su flanco con arrojo, decidida y rápida. No dudaba y se mantenía fiel, sin cuestionarlo en ningún momento. ¿De dónde salía esa elfa tan dispuesta a defenderlo, tan audaz a la hora de permanecer a su lado después de haberla tratado con tanto desprecio? El hielo de su interior se removió, solo un poco una sombra de movimiento más que otra cosa, ante la férrea tenacidad femenina.

Eldrïel frunció el ceño, no sabía si confiar en él. No quería emprender la subida si el rey se iba a quedar atrás. Giró el rostro por encima del hombro para mirarlo, lo alzó hacia la considerable altura del monarca y se encontró la mirada gris, cristalina como un diamante en la oscuridad, fija en ella, insistente. No estaba acostumbrado a que lo desobedecieran, los sensuales labios de Thranduil apretados en una fina línea. Enrojeció bajo la insistente orden muda y asintió.

Volteó los sables con las dos manos y emprendió la escalada de la vertiente norte, por encima de los cuerpos negros dispuestos en agónicas posturas.

Salvaron la pendiente con rapidez y vieron que las arañas, mucho menos numerosas, se replegaban ahora hacia el sur. No en desbandada pues los miraban de frente, pero ya no los atacaban. Al parecer ambos bandos habían decidido que por ese día ya había habido suficiente muerte.

Al llegar arriba Thranduil tomó la primera posición, adelantó a Eldrïel, sin dirigirle la palabra y guió los pasos de ambos hacia el oeste.

El anochecer declinaba y las sombras se alargaban en el bosque, aún más.

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Eryn GalenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora