Ada, creo que sé lo que le ha ocurrido a Eldrïel

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—Mi señor —saludó con una inclinación hacia el rey y hacia Legolas.

—Informa —solicitó Legolas, en un tono grave.

—Hemos registrado una quinta parte de la zona oriental. Había una dotación de trescientos orcos en otra antesala, dos niveles más arriba, pero no encontramos a ninguno más. ¿Quiere que sigamos registrando? —inquirió la soldado, paseando la mirada alternativamente entre los dos.

Legolas se giró hacia su padre y Thranduil contestó:

—Sí, debéis proseguir. Tenéis que encontrar una mazmorra unos niveles más abajo, al fondo de un largo corredor. Allí está Eldrïel retenida, encadenada con unas argollas a la pared. Deberéis liberarla, ¿entendido?

—A sus órdenes, mi señor —respondió la guardia.

—¿Qué llevas ahí? —preguntó Legolas, señalando el bulto que ella portaba.

—Lo hemos encontrado en lo que los orcos debían considerar el arsenal —respondió al tiempo que alargaba el bulto, lo desenrollaba y mostraba el contenido al rey y a su hijo.

—Lo hemos encontrado en lo que los orcos debían considerar el arsenal —respondió al tiempo que alargaba el bulto, lo desenrollaba y mostraba el contenido al rey y a su hijo

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—¡Telemnar*, creí que te había perdido! —exclamó Thranduil con regocijo al ver el inconfundible brillo de su sable de hoja labrada. Las dagas y los sables gemelos de Eldrïel también estaban junto a su espada corta, sobre la túnica plateada que anteriormente portaba. Los orcos debieron quitársela y envolvieron con ella sus armas cuando los apresaron y los dejaron inconscientes. Cogió la funda con el cinturón y se lo puso alrededor de las estrechas caderas—. Lo demás puedes guardarlo, lo llevaremos de regreso. Gracias, Eriniel —agradeció, serio. Volvía a ser el rey altivo que todos conocían—. Proseguid con la búsqueda.

—Al instante, Majestad

La soldado se cuadró y se marchó, dejándolos otra vez solos.

—Deberíamos ir hacia la superficie, padre —indicó Legolas, removiéndose inquieto. Paseó la mirada por el lugar. Ya no había peligro inmediato, pero una sensación de riesgo le asediaba el corazón—. No estamos muy lejos de la salida, a tres niveles del puente de Khazad-dûm. No es buena idea permanecer mucho tiempo aquí dentro. No me gusta este lugar, es oscuro. Intuyo que guarda en sus profundas simas sombras antiguas.

—No. Antes quiero asegurarme de que Eldrïel está bien —insistió Thranduil. No le gustaba permanecer ahí, pero bajo ningún concepto se iría sin ella. No pensaba permitir que le ocurriera nada malo

Legolas lo observó con extrañeza.

—No sabía que la trataras —alegó, curioso.

Thranduil se tensó, desvió la vista como si evaluara la actuación de sus soldados y procuró no cruzar la mirada con su hijo. Lo que había ocurrido entre Eldrïel y él debía permanecer en secreto. A nadie le atañía saber.

—Es una elfa que está bajo mi responsabilidad, sabes que lo haría por cualquiera —respondió a media verdad

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—Es una elfa que está bajo mi responsabilidad, sabes que lo haría por cualquiera —respondió a media verdad. Se giró para mirarlo de frente, con sus emociones bajo férreo control. Nunca le mentía a su hijo, fue la primera vez y se sintió fatal al ver el asentimiento de su hijo, aceptando su palabra sin dudar ni por un segundo. Abrió la boca para agradecerle su venida, pero un nuevo mensajero acudió junto a ellos y pensó que ya tendría oportunidad de hablar con Legolas, quizá de contarle cosas sobre su madre ahora que había logrado desenterrarlo de su interior. Pero antes era primordial encontrar a Eldrïel y salir de ese maldito lugar.

—Mi señor, hemos encontrado la celda que nos indicó, pero no hay rastro de Eldrïel. Las argollas estaban abiertas, pero solo hemos hallado esto como testigo de su presencia —informó el elfo, mostrando un pañuelo de color verde la inicial con en plateado rodeada por un bordado de estrellas.

Thranduil tomó el pañuelo y elevó la mirada, tormentoso, hacia el elfo.

—¿Cómo que no hay rastro? ¡Tiene que estar allí! La dejé ahí cuando se me llevaron a m... —La imagen de Azog mirándola obsesivo acudió a su mente y sintió un escalofrío que le atenazó el alma. Endureció la expresión—. ¿Y a Azog? ¿Lo habéis encontrado? ¡Buscadlo! —reclamó, implacable—. Él se la habrá llevado. Encontradlo y la hallaréis a ella.

El elfo parpadeó, arredrado. Acababa de informar que no había rastro de ningún orco más en esa parte de la mina; o habían huido o se habían adentrado hacia el lado occidental para salir por el otro lado. Echó un vistazo a su capitán, pero no podía desobedecer o cuestionar una orden directa de su rey así que inclinó la cabeza.

—A sus órdenes. —Dio media vuelta y regresó hacia donde estaba su dotación para ordenar la ampliación de la búsqueda, en concreto de Azog. Los soldados no cuestionaron y cumplieron de inmediato.

—¿Azog? —inquirió Legolas. Recordó algo que había visto cuando él y la legión avanzaban hacia las puertas de Moria, comprendió lo que vislumbró en ese momento en el que no prestó excesiva atención y ahora ató cabos. Se volvió hacia su padre y lo miró con pesar—. Ada, creo que sé lo que le ha ocurrido a Eldrïel.

Thranduil permanecía con la vista perdida en el vacío. ¡No podía ser! La historia se repetía: fallaba en su deber de defenderla. El alma se le encogía de pavor. Seguro que Azog se la había llevado, no había otra explicación posible. Al escuchar a Legolas se giró hacia él, con rapidez llena de ansia.

—¿Eh? ¿Cómo? —interrogó, confuso por el miedo que recorría su sangre, paralizando su corazón.

—Verás, cuando estábamos todavía a unos kilómetros para entrar, vi a Azog a lomos de un huargo blanco partir de la entrada, junto a un contingente de orcos. Al no verte entre ellos perdí todo interés en ese grupo, pero recuerdo que advertí un bulto oscuro atravesado sobre el lomo del huargo que montaba el albino —reveló, ahora afligido, sin dudar de que lo que había avistado era el cuerpo de la elfa guerrera. Quizá si hubiera llegado antes hubiera podido liberarla, pensó con un peso en el corazón.


*Llama de plata

Eryn GalenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora