¿La quieres?

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Los soldados se prepararon para la última batalla. Llevaban demasiado tiempo fuera del bosque y ansiaban regresar a su hogar. Se cobrarían con saña las vidas de esos orcos que habían osado tener prisionera a una de los suyos.

Thranduil dio la señal y el cuerno élfico resonó potente, llamando a la dagor. Como una marea dorada el ejército se lanzó al ataque y en pocos segundos se abatieron sobre los orcos. Los huargos en primera fila respondieron salvajes, pero los repelieron con los escudos mientras con las largas lanzas élficas rebanaban algunos cuellos.

La escena pronto se convirtió en un amasijo de sangre, gritos, choques de metal y muerte.

Thranduil avanzó con Cunneryn hacia Azog, abriéndose camino a sablazos. Este permanecía en segunda fila, con Eldrïel aún a la cabeza de su huargo, de pie, mientras observaba con horror la batalla que se estaba librando ante sus ojos, sin poder hacer nada para ayudar a sus congéneres.

 Este permanecía en segunda fila, con Eldrïel aún a la cabeza de su huargo, de pie, mientras observaba con horror la batalla que se estaba librando ante sus ojos, sin poder hacer nada para ayudar a sus congéneres

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—¿La quieres? —gritó Azog hacia Thranduil al verlo aproximarse. Tiró de la cadena, avieso, e hizo retroceder a Eldrïel.

Ella miraba a Thranduil con fijeza. ¡Se alegraba tanto de verlo sano y salvo!, y estaba tan feliz al verlo tan altivo y arrogante como lo recordaba. Durante todos esos meses la incertidumbre por la suerte que había corrido el rey la había apuñalado de forma constante y solo ahora podía respirar de nuevo. En parte. Porque también tenía el corazón desgarrado, ahora estaba dividido. Otro ocupaba su ser en ese instante.

Suponía que el rey habría seguido a Azog y querría vengarse de la afrenta por su captura, aunque una parte minúscula de sí misma deseaba que hubiera venido en su busca, algo avergonzada de ese anhelo pues una avari como ella no merecía un despliegue semejante.

El pánico se apoderaba de su ser ante el peligro que suponía ese ataque y se giró hacia atrás, para intentar ver por encima de las cabezas de los orcos que formaban detrás de Azog, pero no consiguió distinguir lo que buscaba. Cruzó la mirada con el pálido orco, este le sonrió y cabeceó en su dirección, malévolo. Ella se llevó las manos al grueso aro de acero que rodeaba su garganta y lo sujetó mientras reculaba, obligada por el tirón que él ejercía.

Thranduil no se dignó contestar; cargó contra el pelotón de huargos que protegían a su líder con el sable en alto, dispuesto a masacrar a todo aquel que se le pusiera por delante.

La batalla estaba equilibrada a pesar del menor número de orcos, pues los trolls portaban unas mazas alargadas con cabezas redondeadas, cubiertas por afiladas puntas metálicas, y los elfos se mantenían apartados del radio de acción de esos seres

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La batalla estaba equilibrada a pesar del menor número de orcos, pues los trolls portaban unas mazas alargadas con cabezas redondeadas, cubiertas por afiladas puntas metálicas, y los elfos se mantenían apartados del radio de acción de esos seres. Los arqueros disparaban una lluvia de flechas continua sobre la hueste orca y los trolls, pero por el momento no parecía dar ningún resultado.

Thranduil consiguió abrirse paso hacia Azog en el mismo momento en que uno de los trolls era abatido por multitud de flechas y caía cual árbol derribado a todo lo largo, con tan buena fortuna que separó el grueso del ejército orco de su líder. El rey no dudó ni un segundo, hizo brincar a Cunneryn sobre el cuerpo caído y este aterrizó a pocos centímetros de Eldrïel. Ella intentó retroceder al adivinar sus intenciones. Se dio la vuelta y alargó las manos hacia Azog, el rostro demudado por el terror. Resonó un chasquido metálico y la cadena pendió libre de su cuello, cercenada en dos por la afilada hoja élfica.

—¡No! —bramó, despavorida. Clavó la mirada en el pálido iris orco al tiempo que saltaba en su dirección, pero el brazo de Thranduil rodeó su cintura cuando estaba en el aire y la montó a horcajadas sobre Cunneryn, por delante de él. Sobrecogida, se revolvió como una fiera contra el rey, dispuesta a saltar al suelo otra vez y correr hacia Azog, al tiempo que chillaba, trastornada—: ¡Soltadme, soltadme!

Thranduil frunció el ceño, en un primer momento desconcertado por esa lucha absurda, pero no cejó la presa. Aprisionó el cuerpo de Eldrïel contra él con férrea fuerza. Ahora que la tenía, no pensaba soltarla ni aunque se desplomara el cielo sobre sus cabezas. Instigó con los talones a su montura a salir de allí a toda velocidad y presionó dos puntos muy concretos en la nuca femenina con el pulgar y el índice. De inmediato el cuerpo de Eldrïel quedó inerte en sus brazos; la sujetó con ternura contra él y asió las riendas mientras se alejaba veloz de la batalla, hacia la retaguardia de su ejército. Este cerró filas tras él y cubrió su retirada con determinación.

Eryn GalenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora