Traidor

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Convencida que había dado con la respuesta a la desazón que experimentaba, alzó la barbilla y cuadró los hombros. Tenía unos cuantos milenios en su haber, ya no era ninguna pimpollo; era hora de sacudirse la bobería de encima y centrarse en lo que sí estaba a su alcance, como Hanofel por ejemplo. Era muy hermoso y parecía sentir cierto interés por ella. Pensó que estaría bien regresar a la fiesta y unirse a sus amigos, en vez de penar a solas en sus aposentos y avanzó con decisión hacia lo que creía que era el camino de vuelta, pero por el contrario se encontró con un arco abierto en la gruesa roca, ornamentado con delicados motivos élficos. Maravillada, sin pensar en lo que hacía, se adentró en el pasaje de unos tres metros que una vez debió ser natural, pero que los maestros orfebres habían agrandado y embellecido. El final del corto pasaje se adentraba en una amplia bauma que se abría sobre un precipicio desde el que se oía el agua correr, no muy lejos. La noche estrellada de Varda se veía en todo su esplendor por la amplia abertura y Eldrïel quedó cautivada por la belleza del lugar. También podía ver la superficie de las copas de los árboles que cubrían el bosque a los pies, más allá del río, y una suave brisa agitaba las ramas, creando un suave murmullo que se mezclaba con la sonora melodía del agua.

Se detuvo en medio de la estancia y paseó la mirada alrededor, fascinada. La cueva debió ser natural en otros tiempos, pero era evidente que habían pulido las inclinadas paredes, el alto techo en el centro y el suelo. Este no presentaba ninguna irregularidad, se veía liso, bruñido en los lugares en los que no estaba cubierto por las grandes y mullidas alfombras que se veían aquí y allá. Grandes reclinatorios, cubiertos de cojines estaban distribuidos por la estancia en amplio semicírculo justo delante de la abertura de la gruta y ante estos una alfombra con cojines. Era evidente que alguien lo usaba como lugar de solaz. Emitió un suspiro de embeleso, era un sitio idóneo para descansar, leer o solo contemplar las estrellas y los árboles.

Captó un movimiento por el rabillo del ojo al fondo de la bauma, cerca de la abertura, y se giró hacia allá con curiosidad. Entonces descubrió a Thranduil de pie, con la mano apoyada en la roca, ladeado hacia ella, mirándola de una forma que le produjo un escalofrío que le recorrió el espinazo caliente y le erizó la piel fría.

—Eldrïel... —pronunció Thranduil, perplejo, al verla de pie en medio de la estancia con el vestido que llevaba en el recital y que tanto la favorecía, el cabello suelto sobre los hombros y espalda, y los ojos resplandecientes. Renegó un improperio para sí. ¿Por qué se sentía tan atraído? Y se juzgaba un traidor porque su corazón parecía renacer de las cenizas a las que se redujo cuando «Ella» murió. ¡No! No tenía derecho. ¡Era él el que debería haber muerto!

Eldrïel permanecía petrificada. ¿Cómo era que no lo había visto antes?, se preguntó estupefacta. Había observado toda la habitación.

Thranduil se giró y avanzó unos pasos, sin dejar de mirarla.

Los ropajes plateados, oscuros, se mimetizaban con la roca a sus espaldas y al estar tan quieto, parecía que se formaba parte de la pared en la que se apoyaba, advirtió Eldrïel al verlo moverse.

—¿Qué haces aquí? —inquirió el rey con dureza, enfadado por no poder apartarla de su pensamiento. Había huido al terminar la declamación, porque no había podido dejar de percibirla cercana en toda la velada y no estaba dispuesto a seguir junto a ella por más tiempo

—Majestad, yo... Disculpadme, no sabía que eran vuestras estancias... —balbuceó, conmocionada mientras enviaba la orden a sus piernas de retroceder, vana, pues estas no se movían y permanecía anclada al suelo.

La penetrante mirada de Thranduil se endureció aún más al aspirar un sutil y maravilloso aroma a madreselva proveniente de ella. Se giró con rabia hacia una mesilla, cogió una botella de cristal y escanció vino en una copa. Se volvió de nuevo y extendió la mano como abarcando la estancia. Si no podía alejarse de ella quizá estando a su lado pudiera anular la creciente atracción, al conocerla y comprender que era como cualquier otra elfa.

Eryn GalenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora