¡Tenemos que ir a buscarla!

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El rey se acuclilló sobre la rueda, de cara a Legolas para responder, pero irguió la cabeza y observó en derredor los restos de la batalla. Los orcos que quedaban se batían en retirada, pero los elfos no otorgaban piedad a esos seres que habían osado apresar a su rey. Y el gran espacio con las columnas bellamente trabajadas—. Moria —respondió al reconocer por fin la manufactura de esas columnas, estupefacto. Se volvió admirado hacia su hijo y lo contempló con orgullo. Hacía unos dos días que había salido de su reino, si no lo engañaba su percepción temporal, y Legolas no solo había encontrado su rastro sino que lo había seguido hasta la Mina del Enano, a miles de kilómetros del reino del bosque—. ¿Cómo distes conmigo?

—Cuando saliste por los portones de esa forma tan intempestiva organicé una partida de escolta.

Thranduil ladeó el rostro, simulando censura, y Legolas se ruborizó. Al fin y al cabo era su padre y, aún más importante, su rey.

—Bueno no podía permitir que la guardia desconociera dónde se hallaba el rey y no podía consentir que yo mismo lo ignorara —respondió, cáustico, enfrentando la mirada de su padre. Era su rey, sí, pero él era el capitán general de la guardia y la seguridad del monarca era su responsabilidad. Thranduil esbozó un amago de sonrisa y asintió. Legolas prosiguió—: Me llevó un tiempo hallar tu rastro, ada. Sabes muy bien como borrar tus huellas —reconvino, sutil. Sacó un puñal de la cartuchera y procedió a romper el cierre de las argollas de manos y tobillos para librarlo de ellas. El acero orco no era rival para el filo élfico.

La batalla continuaba a su alrededor, los orcos que aún quedaban cada vez en mayor desventaja.

La batalla continuaba a su alrededor, los orcos que aún quedaban cada vez en mayor desventaja

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—Al cabo de muchas horas encontramos la hondonada con los restos de las arañas. No podía ser sino obra tuya y por suerte descubrí las huellas de Eldrïel —explicó Legolas mientras liberaba a su padre.

El corazón de Thranduil dio un bandazo al oír su nombre. Con todo lo ocurrido la había relegado a segundo plano y ahora regresó la urgencia por liberarla y la sensación de peligro.

—¡Eldrïel! —exclamó con ansia. Saltó al suelo, con ágil elegancia, dispuesto a ir a por ella de inmediato, sorprendiendo a Legolas con su impetuosidad. Nunca había visto a su padre perdiendo la fría serenidad que exhibía, en todo momento, de ese modo. Lo observó intrigado, pero no dijo nada—. ¡Tenemos que ir a buscarla! Está en una mazmorra, más abajo de este nivel —instó, adelantándose.

—Entonces está aquí —confirmó Legolas, con un cabeceo. Tiró las pesadas cadenas a un lado y detuvo a su padre con la mano en el hombro—. Me alegré al saber que ella sí te había encontrado; esa elfa es una guerrera contumaz, además de una rastreadora de primera. No te preocupes, tus guardias ya están inspeccionando toda esta parte de Moria y seguro que habrán dado con esa mazmorra —informó, tranquilo—. Entramos por la Puerta del Arroyo Sombrío y nos llevó un rato orientarnos para averiguar dónde os retenían. No ha sido fácil, créeme —rezongó, con un resoplido.

 No ha sido fácil, créeme —rezongó, con un resoplido

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Thranduil se volvió hacia él y lo observó más detenidamente. Sí, su hijo presentaba claros signos de fatiga, la ropa manchada como si hiciese días que no se cambiaba y el rostro ensombrecido.

—¿Cómo averiguaste que estábamos aquí? —interrogó, más calmado al saber que había más elfos cubriendo terreno y que Eldrïel no tardaría en ser liberada.

Ningún orco sobrevivió al ataque de Legolas y su legión y ahora los cadáveres eran retirados con diligencia. En poco tiempo no habría rastro de la batalla. Incluso la infernal rueda fue destrozada y convertida en astillas.

—Estuvimos mucho tiempo buscando tu rastro, infructuosos —declaró el príncipe Lasgalen, cruzándose de brazos con su característica postura: una mano bajo la axila izquierda y la otra sobre el antebrazo derecho mientras proseguía relatando a su padre sus vicisitudes en un rescate que nunca debería haber sido necesario, a su parecer. En cuanto salieran de allí lo interrogaría a solas sobre su extraño proceder—. Sobrevino la noche y las arañas cobraron fuerza, nos hicieron retroceder. Habíamos perdido también a Eldrïel, fue evidente que no había forma de dar contigo así que regresé y armé varias legiones para que recorrieran el bosque en tu busca. Lo que empezó como una inocente partida de escolta, acabó... Bueno, ya sabes cómo —advirtió, con una mueca. Thranduil lo escuchaba con atención, pero de vez en cuando desviaba la vista hacia la entrada de la cueva con impaciencia. Ansiaba ver a Eldrïel y saber que en verdad estaba a salvo. Legolas suspiró, extrañado, pero no dijo nada y continuó—: Como te dije, al fin di con las huellas de Eldrïel y las seguimos hasta casi el lindero oeste del bosque, al sur del territorio de Beorn. No podía creer que hubieras llegado tan al sur. Allí descubrimos...

Una elfa, con el dorado uniforme del ejército de Thranduil, entró en la caverna, los buscó con la mirada y al localizarlos corrió hacia ellos con un bulto alargado envuelto en un paño, parecido a los ropajes que lucía Thranduil cuando salió por los grandes portones de su reino.

Una elfa, con el dorado uniforme del ejército de Thranduil, entró en la caverna, los buscó con la mirada y al localizarlos corrió hacia ellos con un bulto alargado envuelto en un paño, parecido a los ropajes que lucía Thranduil cuando salió por lo...

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Eryn GalenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora