Prólogo

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Desde niña se me habían enseñado quienes eran los buenos y quienes los malos. Al crecer caía más encuentra que la visión del mundo que se me impuso era demasiado pobre. Clasificar las acciones entre bueno y malo era ridículo, eran conceptos abstractos a los que uno mismo le otorgaba un significado. Para mí, no eran más que comparativos, como decir "Esto es alto" o "Esto es bajo". No podía pensar aquellas palabras como algo que definiera mi comportamiento hacía lo que se describiera bajo las mismas. Es por eso que la gente solía mirarme extraño cuando me paraba frente a los carteles de "Se busca" e iniciaba un proceso de autocuestionamiento: "¿Qué habrán hecho?¿Fue algo realmente -malo-?".
Un día aparecieron siete caras por toda la ciudad. En todas las casas, negocios y escuelas resonaban los nombres de los siete pecados capitales. En este caso no me dejaron cuestionarme, eran malos y ya no había otra opción. Decían las lenguas inquietas que mataron al Gran Caballero Sacro, Zaratras. No existía quien hablase bien de ellos. Aún así, yo no lo veía como razón válida para odiarlos de esa manera. Quizá era sólo una pequeña niña que aún no entendía el mundo y por eso no lo encontraba tan grave.
Aquella visión jamás compartida y los comentarios desagradables de mi madre sobre la misma me llevaron a, finalmente, independizarme. Ella quería que fuera Caballero Sacro como mi hermano Ágar. Le habría gustado verme cortarle la cabeza a los responsables de la muerte de Zaratras. Pero no me interesaban sus expectativas sobre mí. Era una señora que desarrolló un amor platónico después que su marido la abandonara.
Tras dejar la comodidad de mi hogar no tenía un objetivo, una meta que seguir y me apasionara. Me había estado ganado la vida tocando en bares y por las calles de Liones, hasta que llegué al "Sombrero del Jabalí". Siempre me aseguraba de como se trabajaba en los lugares a los que iba, si aceptaban gente para tocar y demás. La comida era asquerosa a niveles descomunales. Ese día en particular, estaba bastante lleno el lugar. Se hablaba mucho sobre el caballero oxidado, una armadura andante que buscaba a los siete pecados capitales. Algunas personas parecían asustadas con aquella historia. Y, de un momento a otro, la ficción se volvió realidad. Una enorme armadura oxidada apareció buscando a los siete pecados capitales. La gente salió despavorida, como si su vida dependiera de ello. Yo acompañé la acción común mucho más calmada y tomé una distancia razonable, me mantuve expectante a lo que pudiera pasar. Sentía curiosidad del porque el caballero oxidado apareció precisamente allí.
Pasó el tiempo, y los unos caballeros que no conocía se plantaron en la taberna. Hubo persecución, pelea incluso la princesa más pequeña de Liones hizo presencia. Todo sucedió muy rápido y, como final inesperado, el dueño que cocinaba terrible era nada más ni nada menos que Meliodas, líder de los siete pecados capitales.
La oportunidad del siglo estaba frente a mi, una descarga de adrenalina golpeó todo mi cuerpo. ¿Había posibilidad de unirme y ser parte de aquel grupo?. La idea de vivir tocando música me gustaba, pero comparándolo con acompañar y ser partícipe de un grupo de guerreros enigmáticos, considerados criminales, era muchísimo mejor. Tal vez mi entusiasmo provenía desde mi profundo deseo de llevarle la contraria en todo a mi madre, o a mi extraña visión del mundo desde pequeña. Nada de eso importaba, lo haría, me convertiría en uno de ellos cueste lo que cueste.

El chico de las estrellas 🐐💖Donde viven las historias. Descúbrelo ahora