1. En la arena

1.4K 134 49
                                    


Si le dieran una moneda a Mérida por cada vez que alguien en el castillo perdía la paciencia con ella, probablemente ya tendría su propia fortaleza.

—¡Vuelve aquí! ¡No hemos terminado!

«Oh, claro que sí», pensó ella, corriendo hacia los establos.

Aquello era casi la rutina. ¿Qué había sido aquella vez? ¿Que no había puesto un orden de palabras correcto? Y todo el mundo ya empezaba a perder la cabeza. De buena mañana. Parecía que todo el mundo había desistido en siquiera construir un poco de paciencia antes de presentarse con nuevas normas en el salón.

—Hola, Angus —saludó a su caballo. Éste bufó un poco y bajó su morro, como si pusiera la cara de «¿otra vez?», cuando notó el tono de voz de su amiga—. Vamos a dar un paseo.

Angus se irguió un poco y dejó que Mérida montara en su lomo de un bote. Luego salió con calma del recinto del castillo.

A ver, todo hay que decirlo, Mérida les había puesto las cosas difíciles desde su etapa adolescente. Habían pasado cinco años desde su incidente con la bruja, Mor'du y la pócima, pero la nueva conexión familiar no era suficiente.

Había aprendido muchas cosas en ese tiempo, algo de paciencia, algo de diplomacia, incluso se había intentado hacer a la idea de que en algún momento tendría que casarse con algún miembro de la unión de clanes. Había tenido bastante contacto con los súbditos del clan, también.

Pero todo lo había aprendido a base de ensayo y error por su propia cuenta, así que cuando alguien, digamos su madre, hacía venir a un sabio de las tierras inglesas para que le enseñara modales, o a un escaldo (poetas e historiadores de las cortes vikingas para cantar sus hazañas con una lira o un arpa) para que aprendiera poesía, Mérida se sentía muy presionada y rara era la vez que no saliera corriendo.

Angus siempre era su solución. Cabalgaban juntos por las tierras del clan para despejarse, descubrían antiguos caminos, ruinas y siempre, siempre lo pasaban bien (y un poco de miedo cuando el camino se volvía oscuro). Para Mérida, era la manera de no estallar contra el pobre desgraciado que le había tocado lidiar con ella. Prefería huir con su terquedad y no hacer alguna tontería, como hace unos años.

—Vamos hoy por la playa, ¿Angus? Hace tiempo que no pasamos por ese camino.

Angus relinchó de forma grave y suave, y Mérida supo que le gustó la idea. El caballo tenía su propio lenguaje y Mérida era la única que lo entendía al cien por cien.

Era un camino sencillo, había poco bosque y se veía el sol y el mar. Un día soleado, que ya empezaban a ser comunes después de un invierno particularmente duro.

—Por fin un poco de sol, ¿no te parece? —Otro relincho suave respondió—. Va a empezar a ser época de reuniones de clanes.

Eso ya no le gustaba tanto. Daba igual qué clan fuera, alguno siempre tenía que empezar una trifulca y acababan como cuando Mérida tenía que escoger marido, atrincherados en el salón tirándose armas de todo tipo (sí, cucharas también)... y peor, estaban todos borrachos. Luego se ponían a llorar y a beber juntos sentados en el suelo del salón y una ya ni dormir podía.

El paseo siguió adelante durante media hora. Mérida se sorprendió cuando se dio cuenta que nadie iba a por ella. Probablemente su madre le hubiera dado su respiro, ahora que sabía mejor cómo eran ambas.

—¿Qué es eso?

Se acercaron a unos pocos árboles. El camino seguía entre ellos y hacia la playa. Mérida desmontó al ver algo extraño en un matorral, al pie de uno de los árboles. Era un fuego fatuo.

Más allá del Mar Sin Sol [Mérida x Ástrid - Brave/Cómo Entrenar a tu Dragón]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora