La tormenta de nieve duró todo el día. Después del vuelo de Mérida con Saorsa y la recibida en Berk, todo el mundo se encerró en sus casas y se aseguró de que el fuego estaba bien encendido en su chimenea y que la nieve no se acumulaba a su alrededor de ellas.
En resumidas cuentas, Mérida estaba sola en el gran salón. Y fue un alivio, porque lo único que quería era descansar, y eso hizo. No se durmió, pero se enterró bajo sus sábanas durante horas, pensando en Saorsa y en cómo le había salido milagrosamente bien la jugada. La caída libre sólo la había pensado mientras subía las escaleras. Ella sólo quería darle un nombre a la dragona, pero aquello le vino a la cabeza y le pareció adecuado. Una demostración de valor que a su mente le había venido muy bien, porque en el fondo no se había desprendido de todo el miedo que había sentido antes del trance.
Tampoco iba a olvidar la cara de terror y de enfado de Ástrid cuando por fin aterrizó en la isla de nuevo. Pobrecita, le dio mucha pena, pero había valido la pena. Se había ganado su abrazo y una buena leche, y ambos eran marca de la casa de la nórdica, así que Mérida no podía hacer más que sonreír. Aunque probablemente le restara puntos si, como empezaba a pensar (y no la hacía sentir tan bien como esperaba), realmente le gustaba a Ástrid.
La tormenta amainó hacia el atardecer. El pueblo había quedado cubierto por una capa de nieve que le llegaba a Mérida hasta las pantorrillas. Le hizo gracia ver que las ovejas del pueblo sólo eran bolas de lana y cabeza, sin patas visibles. ¿Quién las había soltado con el frío que hacía?
—¿Todos bien? —preguntó la princesa a Hipo.
—Sí, sólo hay que apartar un poco de nieve de las puertas. ¡Oye! Mañana por la noche, fiesta para conmemorar el inicio oficial de la profecía y tu gran logro con... ¿Saorsa, has dicho?
—Sí. Bueno, me vendrá bien la compañía, el salón siempre está muy silencioso —se rio ella.
Mérida, en realidad, sólo salió por tres motivos: que nadie se hubiera quedado atrapado; por la casualidad de encontrar a Ástrid a solas e intentar que no hiciera como siempre y se apartara por motivos desconocidos; y para asegurarse de que Saorsa estaba bien resguardada.
No encontró ni a la nórdica ni a la dragona. Por suerte, oyó el rugido de Saorsa en la distancia indicando que ya se había marchado, probablemente para volver a saber qué día, o para hacerse un nido en alguna de las innumerables islas que había detrás de Berk.
Al día siguiente, aunque se mantuvo un día tapado, no nevó. Mérida oteó el horizonte buscando a Saorsa, y la encontró en un enorme peñasco, reuniendo trozos de madera, ramas llenas de acículas de pino y algunas hojas que habían empezado a salir por la llegada de la primavera. Hacía feliz a Mérida que hubiera decidido quedarse cerca por lealtad a su amiga. No había confiado mucho en esa posibilidad, la princesa.
También encontró a Ástrid, que parecía estar como siempre. Estaba cuidando de Tormenta.
—¿Ya estás mejor de esa voz? —le preguntó con sorna.
—De perlas, no esperaba que pudiera hablar, hoy. Y mira que con el frío que hace...
—Fue una temeridad —le replicó, refiriéndose a todo lo relacionado con Saorsa. En realidad, estaba sonriendo un poco, lo que animó a Mérida—, pero supongo que eso es lo que hacemos a diario aquí.
—Me intento adaptar como puedo. Aún tengo que cumplir con ese reto que me puso Eret. Quiero montar en un dragón y disparar flechas desde arriba.
—Eso sí que será divertido —dijo con una risa grave—. Empieza a entrenar con Caraid, te vendrá mejor para este trabajo. Saorsa... bueno, tú lo dijiste, es demasiado libre. No creo que ceda a tantas órdenes.
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Más allá del Mar Sin Sol [Mérida x Ástrid - Brave/Cómo Entrenar a tu Dragón]
FanficHace ya muchas décadas que los hombres del norte se han asentado por doquier en las islas británicas. Los clanes escoceses han vivido tiempos convulsos desde entonces. Y después de cinco años desde su primer desafío, una Mérida más madura descubre...