20. Saorsa

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Evidentemente, aquella felicidad de después del entrenamiento le duró poco. Ástrid una vez más se distanciaba y Mérida no entendía por qué. Es decir, ya se le había escapado la confesión, quería que le dijera «no pasa nada», podía soportar un no. Y más en algo que siempre le había echado pestes como era el amor. En vez de eso, la nórdica huía de una situación y eso enfadaba a la princesa, que ni una amistad firme podía tener con ella.

Para evitar estar enfadada todo el tiempo, Mérida ocupó su tiempo con Caraid y las enseñanzas de Hipo. Caraid le cogió confianza muy rápido, por ser habitante de Berk y siempre estar cerca de humanos, así que casi siempre se mostraba amarillo cuando ella estaba cerca. Al cabo de menos de una semana, Hipo le hizo un examen:

—Bien, ¿sabes todo lo básico de él? —le preguntó Hipo.

—Sí, que es macho, amistoso, su vuelo es suave y no especialmente rápido (aunque no lo he comprobado), cambia de color según su estado de ánimo, su ataque es un gas tóxico para los humanos, además de muy inflamable y puede dispararlo trece veces.

—Perfecto. Pues toma. —Le lanzó un parche de cuero con unas correas de la nada. Pilló a Mérida bastante desprevenida—. ¡A volar!

—¡¿Qué?! No sé si estoy preparada para eso.

—Caraid sí, ni con tu indecisión ha cambiado de color.

Era cierto, el dragón miraba el parche de cuero. Sabía perfectamente lo que era, y no daba signos de querer echarse atrás.

—Está bien... Lo siento, Caraid, no me gusta poner sillas a mi caballo, pero tus escamas serían incómodas...

Hipo se rio de ella un poco, como si fuera una niña inocente sintiéndose culpable por algo que no había hecho.

—¿Tienes algún plan para enfrentarte al dragón plateado? —le preguntó Hipo, cuando hubo acabado.

—Uno, pero no sé si funcionará —respondió, con tono misterioso.

Hipo asintió, sintiendo que no podía preguntar más, y le dio cuatro guías sobre cómo agarrarse de Caraid mientras ella montaba. El dragón ni se inmutó al sentir el peso de su nueva jinete.

—Feliz vuelo —le dijo simplemente el jefe de Berk, sonriendo como si nada.

Caraid no esperó una orden, despegó dándose impulso con las patas y agitó las alas con bastante suavidad para mantenerse en el aire. Su vuelo se limitó a dar círculos al alrededor de la aldea, con cautela. Parecía que era el dragón quien intentaba cuidar y enseñar a su jinete, y no al revés.

Mérida estaba demasiado ocupada sintiendo el viento helado en su cara y sonriendo tranquila como para darle una orden al dragón. Para ser sinceros, era justo lo que la princesa esperaba: quería sentir la sensación de libertad si nada que la limitara, igual que con Angus, solo que los dragones... Bueno, podían hacer muchas cosas más. ¿Quién podía dar ninguna orden caprichosa en un estado de tranquilidad como ése?

Sólo tuvo que agarrarse fuerte cuando abrieron los establos y todos los dragones salieron a pescar. Caraid estaba acostumbrado a socializar entonces y se lanzó a por el pescado. E incluso con los giros bruscos, no era nada comparado con la brusquedad de Desdentao. Ése era un lanzado. Parecía que Caraid se lo tomaba todo más con calma.

Cuando Mérida volvió a pisar tierra, estaba totalmente relajada. No había dado una sola orden y apenas se había llevado sustos. Su buen amigo seguía de buen color amarillo y con el estómago lleno. Hipo aterrizó a su lado, con un Desdentao con cara somnolienta.

—Te ha ido bien, ¿eh? Intenta volar con él una vez al día, aunque no sea para comer. Tenéis buena conexión.

—De acuerdo.

Más allá del Mar Sin Sol [Mérida x Ástrid - Brave/Cómo Entrenar a tu Dragón]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora