3. En nórdico, por favor

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Egil Odegaard, como escaldo experimentado que era, empezó a dar clases a toda la familia a la vez la mañana siguiente. Hacía un tiempo que Mérida no recibía sus lecciones, y se había olvidado de que le faltaba un poco de tacto con sus errores tontos.

—¡Así no! ¡¿Cuántas veces te lo tengo que repetir?! ¡Si pones el verbo al final dará la impresión que escupes en vez de hablar!

—¡Pues a ver cuando dejas de arrastrar y alargar todas las erres como si estuvieras arando un campo!

—¡Mérida! —la reprendió su madre.

—¡Ha empezado él!

—¡Dejadlo ya, intento aclararme con el vocabulario! —renegaba el rey, que obviamente también estaba invitado a aprender.

Según el escaldo había cuatro tipos de estudiante: el obediente y aplicado, que obviamente eran Elinor y las sirvientas; el que lo intentaba fervientemente pero que le costaba mucho más, como Fergus o los zopencos de los Macintosh; los que simplemente le ignoraban (y ocasionalmente distraían a los demás), que eran los trillizos; y luego el que destruía la clase y hacía perder la paciencia a todos. Vamos a decir que Mérida era de lo que más aprendía, en vez de nórdico.

Y lo peor para todos los presentes era que eso era cada día. Durante una semana y media, hubo clase todas las mañanas, muy intensivo y cansado. Los niños eran demasiado pequeños y atolondrados como para tenerlos controlados y a la vez enseñarles, pero los mayores de todo el salón estaban obligados a tomar esas clases. Y lo más gracioso de todo (para todo el que no estuviera en ese salón) era que Mérida era la que aprendía más rápido, y ni se daba cuenta.

—Malgastas tu tiempo discutiendo —le espetó Egil, al final de esa semana y media—. Ni te has dado cuenta de que avanzas al mismo ritmo que tu madre.

—Ella sabe nórdico como para componer poesía.

—Ella lleva más tiempo que tú estudiando —le replicó—. Y tú te manejas mejor con el lenguaje de calle.

Mérida se miró a su profesor, escéptica y de reojo, mientras caminaba lejos del salón, buscando el camino a la habitación de Mocoso.

—¿Y a qué viene eso ahora?

—No soy un tirano, no puedo gritarte siempre. Tienes tus puntos fuertes y necesitas conocerlos también.

Mérida no quedó convencida, pero la mirada gélida de Egil escondía un pequeño brillo de esperanza que ella detectó. Luego, Egil se pasó las manos por sus trenzas rubias atadas y suspiró, cansado. Mérida no le vio de nuevo en horas.

La otra cara de la moneda era Mocoso. Las incómodas ansias de parecer atractivo e interesante a la pelirroja daban sus frutos a medias: el chico era interesante porque intentaba como fuera explicarle maravillas de donde venía. Él explicaba las cosas de forma sencilla, nada de poesía enrevesada de escaldo, frases cortas, concisas, y Mérida entendía por lo menos la mitad. El único problema era que a veces explicaba cosas sin sentido.

—Más rápido que un barco, más peligroso, más miedo. Somos leyendas.

—¿Cómo? No lo entiendo —consiguió balbucear ella.

Cuando Patán Mocoso se dio cuenta, su pecho henchido de orgullo se desinfló como una vela sin aire y cerró la boca. Había hablado más de la cuenta. Y no era la primera vez que lo hacía.

Entre la diferencia de lengua y esas cosas que ocultaba, Mérida salía con dolores de cabeza del cuarto del nórdico, pero con más ganas de saber, en especial de descifrar esas pistas hacia los secretos de los nórdicos. Y para eso, tenía algo pensado. La misma tarde, después del halago de Egil y el desliz del invitado, Mérida decidió darle al chico algo que no abundaba en su situación: libertad.

Más allá del Mar Sin Sol [Mérida x Ástrid - Brave/Cómo Entrenar a tu Dragón]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora