2. Boor Bratr

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Oh sí, fue lo más inteligente entrar por la puerta principal del castillo, que todo el mundo viera lo que cargaba Angus. A pesar de la familia numerosa, a veces le daba la sensación a Mérida que vivía sola, y no rodeada de escoceses furiosos con los nórdicos. Por eso no pensó en lo que hacía.

Y ¿cómo supo la gente de DunBroch que el desconocido era nórdico? Pues porque despertó de su inconsciencia un segundo, renegó algo en su idioma y se quedó frito de nuevo, casi ronroneando en su nuevo sueño.

—Gracias, parece que sólo has aparecido para hacerme la vida imposible —gruñó Mérida, entre dientes.

Para cuando Mérida descabalgó con su (sorprendentemente bajo) desconocido nórdico, su padre aparecía por el portón del castillo.

—¿Qué es esto? ¿Has traído a un vikingo a nuestro castillo? ¡¿Te das cuenta de lo que podría significar?!

Mérida estuvo a punto de replicar «¿Que he salvado a una persona a punto de morir?», pero después de muchos años provocando la ira familiar con frasecitas como ésa, decidió callárselo.

Las sirvientas fueron rápidamente arriba y abajo preparando cosas para el inesperado invitado, mientras el padre de Mérida cargaba con él. Por muy musculoso que fuera ese chaval, el rey Fergus podía levantarle a pulso sin problema.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Elinor, la madre de Mérida.

—Angus y yo fuimos a pasear por el camino que bordea la playa por el norte, y le encontré allí.

—¿Estaba solo?

—Sí.

—Un vikingo nunca viene solo —sentenció el rey.

El silencio se hizo incómodo. Fergus ya había catalogado al chico como vikingo. Si una cosa habían aprendido los clanes escoceses de los nórdicos, es que todos ellos lo eran (nórdicos), pero que no todos eran vikingos. Ser vikingo se ganaba con cada acción. Y, ¿siendo honestos? Ese chico distaba de siquiera parecer vikingo, fuera de sus músculos.

Por otro lado, Mérida admitía que estaba gratamente sorprendida. El rey se había quejado a todo volumen, pero había aceptado sin ser preguntado a cuidar del nórdico en su castillo. Y Elinor ni se atrevió a recriminarle a su hija ese rescate. Conforme veía cómo se cuidaban del desconocido, empezó a sospechar que se habían vuelto locos.

—Maudie, haz llamar urgentemente al escaldo —ordenó la reina, precisamente. La sirvienta más fiel corrió como en sus viejos tiempos con los trillizos, hermanos de Mérida—. Vamos a necesitar toda la ayuda que nos puedan brindar.

Mérida no se lo pensó más:

—¿Por qué rayos estáis tan tranquilos? ¡Pensaba que estaríais echando humo por las orejas por esto! Parece como si ya supierais que algo así iba a hacer yo algún día, dais miedo.

—Te hemos visto hacer muchas locuras, estamos acostumbrados —respondió su madre, con todo el aplomo.

Y si no hubiera sido por los trillizos irrumpiendo en la habitación de invitados preguntado desesperadamente por lo que había ocurrido, Mérida había insistido. Por desgracia solamente ella era capaz de controlar a esas bestias pardas que no sólo ya hablaban, sino que ponían patas arriba a todo el personal del castillo en cuanto cualquier miembro de autoridad se daba la vuelta.

—Chicos, calmaos, es sólo una persona.

—De tu edad.

—Nórdico.

—¡Peligroso!

—¡Vamos a interrogarle como hacen los sacerdotes cristianos!

—No seáis animales. Y eso de los sacerdotes cristianos es un cuento que se han inventado para asustaros.

Más allá del Mar Sin Sol [Mérida x Ástrid - Brave/Cómo Entrenar a tu Dragón]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora