22. Fidelidad

525 70 68
                                    


¿Qué fue lo primero que hizo Mérida al día siguiente? Pues ir a ver a Ástrid. Le había estado dando tantas vueltas al asunto que tardó horas en dormirse, pero quería tenerlo claro por lo menos. Conociéndola, seguro que estaría en la arena, entrenando, así que para allá que se fue la princesa.

Efectivamente, la encontró trabajando sola, organizando armamento. Había algún que otro nórdico cerca, en las gradas o también en el patio, pero no prestaban atención a la que algunos apodaban Melena de Fuego (posiblemente el único mote que le gustaba a Mérida).

Ástrid la vio venir muy decidida, y probablemente supo qué le pasaba por la cabeza, porque Mérida la vio enrojecer, con los ojos bien abiertos. Dejó todo lo que cargaba y se encaró a ella. Mérida esperaba... bueno, que se pusiera cariñosa, pero fue agarrada bien con un abrazo de oso, sin posibilidad apenas de moverse.

—¿Pero qué haces? ¿Estás loca? ¡Aquí no, que nos pueden ver! —le susurró bruscamente la nórdica.

—Lo siento, yo... No he pensado, me he dejado llevar...

—Ya me gusta que lo hagas, pero no quiero llamar la atención de todo Berk.

Ástrid se separó de ella casi de un empujón, pero Mérida había tenido suficiente. La nórdica estaba haciendo unos esfuerzos sobrehumanos para aguantar una sonrisa de las que a Mérida le encantaban. Significaba que, mientras nadie les viera, Ástrid sería algo más que una amiga. Y eso la hacía sonreír a ella de forma que no hubiera imaginado antes.

—Dejo esto y damos un paseo.

—Te ayudo —se apresuró a decir. Ástrid soltó una risita por la rapidez con la que había decidido acelerar el proceso de irse de la arena.

Cuando salieron, se cruzaron con Mocoso y los gemelos, que preguntaron a la rubia sobre una especie de competición con dragones que Mérida no entendió del todo, porque mentalmente estaba gritando «¡Largaos, pesados inoportunos!». Quién la culparía de ello, después de tantos dolores de cabeza durante las últimas semanas.

—Le preguntaré a Hipo, seguro que está encantado de veros competir de nuevo.

—¡Guay! Avisaré a Eret, seguro que se apunta.

Y se fueron. Mérida soltó el aire que había contenido cuando ya no estaban a la vista.

—No te preocupes, ya iremos a ver a Hipo luego —dijo Ástrid, riendo por la impaciencia de su compañera.

Las dos fueron caminando hacia el bosque. Ástrid había pensado que sería lo más seguro: costaba de ver entre los árboles, caminaras o volaras, pocas personas realmente se internaban en la isla, y si hubieran volado hasta una isla cercana probablemente alguien (Hipo principalmente) les hubiera visto.

—Tiene sentido —afirmó Mérida, cuando recibió la explicación. Le tembló un poco la voz.

—Creo que te he hecho pasar una mala noche —dijo Ástrid—. ¿Me perdonas?

Le cogió de la mano. Mérida asintió en silencio, y se juró que no la soltaría hasta que no tuviera más remedio, porque resultaba tan y tan agradable... «Dioses, me he convertido en lo que más odiaba, en una princesita cursi de castillo», pensó. Aunque no podía evitar sentirse feliz por ello.

Caminaron unos segundos en silencio.

—Lo que me dijiste anoche... fue muy bonito —confesó Mérida, sonriendo y más roja que su maldito pelo—. Aunque me quedo en blanco si intento decir algo parecido.

—Qué boba eres, no hace falta que me digas nada —se rio Ástrid. Para Mérida fue como rebotar en un cojín sonoro, tan cálido y cómodo—. No he dejado de vértelo en la cara desde que has llegado aquí.

Más allá del Mar Sin Sol [Mérida x Ástrid - Brave/Cómo Entrenar a tu Dragón]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora