En cuanto salieron, oyeron el estruendo de la batalla al otro lado de las casas de detrás del palacio. No había ni un alma en el pueblo, ni los guardias. La batalla se perdía en el interior de la isla. También se oían los gañidos atemorizados de una criatura indefensa.
—¡Garfios!
Mocoso se ejercitó los brazos, hacha en mano, y esperó la orden para lanzarse al ataque, entre las calles. Ástrid miraba a Mérida en ese instante, pese a la premura.
—Mérida, no puedes esperar a tu amigo —le dijo, agarrándola de un brazo. La princesa quería volver a entrar, ya estaba hasta encarada a la puerta. Ástrid tuvo que girarla de cara a ella—. Es hora de entrar en batalla. No te acerques a los grupos. Intenta liberar a Garfios y usa tu habilidad con el arco.
Mérida quería decirle que jamás había matado a nadie, pero el sonido de copas y platos cayendo al suelo la alertó.
—Se está transformando —sentenció el jarl—. No podemos estar en su camino cuando salga del salón. Vamos. Que los dioses nos guíen hacia la victoria.
En aquel momento, Mérida no fue capaz de ver al jarl como lo había visto allí dentro. No era ni un jefe ni un padre de familia. Sólo un hombre, un guerrero, luchando por salvar las vidas de los suyos. Le siguió sin presentar queja alguna.
Los cuatro marcharon hacia la batalla corriendo, esperando que ésta no se hubiera puesto realmente mal para Sigurd. Arne, su consejero, se unió dos calles más tarde, preparado también para la batalla. Ni una palabra sobre qué tenían que hacer. Todo el mundo excepto Mérida parecía tener su propia idea de cómo participar en el combate. Todos habían participado en muchas, seguro.
Cuando Mérida alcanzó a ver el campo de batalla, apenas podía distinguir las voces de amigos y de enemigos. La línea de combate discurría justo en el borde del pueblo, contra las últimas casas. Los islandeses, que ya le sonaban algo de cara, estaban protegiendo un enorme armatoste de madera y metal con ruedas con una criatura igual de enorme atada y encadenada. Los soldados del jarl estaban en un bloque al lado, bastante más numerosos. Y luego una masa que triplicaba el tamaño de ambas facciones y que las atacaba. Éstos últimos iban todos bien pertrechados con escudos, cascos y hachas, lo que dejaba a algunos de los compañeros de Ástrid en seria desventaja.
En un abrir y cerrar de ojos se encontró sola. Ástrid y Mocoso se habían ido a ayudar a los islandeses y a Garfios, y Sigurd y Arne a reorganizar a sus soldados. ¿Y ella qué? ¿Empezaba a disparar a ver si daba a alguien en el pie y saltaba de dolor y dejaba de luchar por ello?
Si siquiera tenía que intentarlo, necesitaba un lugar alto, y lo más cercano a un lugar alto y suficientemente accesible era... un dragón, nada menos.
Mérida corrió hasta el dragón, quien se sacudió ante la presencia de una desconocida (una de tantos), pero enseguida ella intentó comunicarse con ella como hacía con Angus. El dragón fue muy listo y avispado, al ver que se trataba de una amiga, y ni siquiera estaba intentando desatarle. Mocoso, al que podía ver al otro lado de la carreta, se había girado solo un instante y había quedado impresionado. Mérida le hubiera sonreído, pero no pudo cuando vio la cantidad de guerreros que intentaban matarles.
—No tengo tantas flechas ni tantos pies visibles —renegó.
El siguiente plan era hacer lo que los islandeses no habían conseguido: liberar al dragón. Fácil tarea, desde luego. Estaba bien atado con cadenas en puntos como las alas y la columna, ancladas a unas argollas en el carro, para que el dragón no pudiera extender su cuerpo y desatarse solo. Hubieron cuerdas atando por seguridad zonas intermedias, pero estaban todas por el suelo, cortadas. Tal y como estaba, pese a eso, Garfios no podía mover el cuello ni abrir la boca. Dudaba que con una punta de flecha consiguiera romper esas cadenas.
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Más allá del Mar Sin Sol [Mérida x Ástrid - Brave/Cómo Entrenar a tu Dragón]
FanfictionHace ya muchas décadas que los hombres del norte se han asentado por doquier en las islas británicas. Los clanes escoceses han vivido tiempos convulsos desde entonces. Y después de cinco años desde su primer desafío, una Mérida más madura descubre...