7. Valkyrja

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Aunque había intentado ser todo lo diplomática y cuidadosa posible con el mensaje, Mérida dudaba sobre su efecto en su padre. Le había dicho que creía que era cosa de los nórdicos, pero que no hiciera nada, que dejara que ella se encargara.

Tenía que concentrarse en caminar. En lo que iba a hacer. No en lo que ya había hecho.

Y, para ser sinceros, no le extrañaba a Mérida que estuviera cavilando. Caminar era mucho más aburrido que ir a caballo. No podía juguetear con Egil, como si fuera Angus (lo que tenía que aguantar el pobre caballo). Iban considerablemente más lentos, y cargar con todos los bártulos y las armas tampoco era una ayuda. El escaldo, por eso, parecía habituado a esa clase de viajes.

—¿Has viajado a pie muchas veces?

—Así es. Incluso he salvado la vida por ir sin caballo. Puedes ser mucho más discreto, sólo eres tú salvando el pellejo, no cometes errores tontos por un animal. Eres fácil de esconder. Casi se podría decir que me gusta.

Lo de «haber salvado la vida» la intrigó, pero Egil no parecía muy dispuesto a abrir la boca al respecto. Es más, hizo una mueca de apuro después de pronunciar aquellas palabras. Era aquella parte de su vida que le hacía envejecer, seguro.

Uno pensaría que después de un intento de asesinato, todo el mundo estaría al tanto y otros lo intentarían, o al contrario, se alejarían. O que, pese a su capa y a ocultar su pelo, todo el mundo sabría quién era.

Pero no fue así. Excepto los guardias que la vieron por la noche y los pocos que tenían claro quién era, Mérida seguía siendo una viajera más. Se cruzaron con otros viajeros por el camino, y ni papa de quién era. La princesa se sentía aliviada en su mayor parte, después del susto, pero una pequeña porción bastante infantil de ella se sentía ofendida por ello. Y luego se dio cuenta de que, por mucho que odiara ser princesa y ser tratada de princesa, lo era y lo había interiorizado. Eso era lo peor.

Siguió caminando al encuentro de su amigo por el mero hecho de demostrarse que no era tan princesita, que estaba dispuesta a correr riesgos. Por tozudez, vamos.

El viaje hasta la costa se volvió más energético y animado, pese a todo el silencio, porque a la que cruzaron la primera colina, el viento marino empezó a soplar con más fuerte, cargado de olor a sal. Podía notar sus pasos acelerándose sin querer. Podía ver a Egil conteniéndose de la misma manera. Estuvo tentada de mostrar su alegría hablando en nórdico, pero seguro que con la emoción se equivocaba. Aunque, a decir verdad, nunca lo había hablado tan bien como durante esos días de viaje.

Hacia el mediodía, ya estaban cerca de la costa y, en ella, se encontraba un pueblecito bastante parecido al anterior, con algo detrás de las casas: velas con franjas verticales de dos colores detrás. Era un puerto vikingo.

—Por fin llegamos —suspiró Mérida.

Le entraron ganas de correr y encontrar a Mocoso antes de que fuera vendido a cualquier guerrero cruel. Probablemente, hacerlo le provocaría el mismo destino a ella.

—Tengo que contarte algunas cosas —habló Egil entonces. Su voz sonó ronca, de estar en silencio tanto rato.

—¿Tiene que ser en nórdico? —se quejó Mérida, que empezaba a querer actuar, en lugar de pensar.

—Sí.

—Pues adelante —suspiró, aún en su lengua.

—Aunque no te conozcan, sigue con el pelo cubierto. Mira siempre al frente y no te achantes. Seguro que esto último no te costará —sonrió para quitarle plomo—. Estar rodeado de nórdicos a veces es como estar entre lobos. Tienes que mostrarte firme.

Más allá del Mar Sin Sol [Mérida x Ástrid - Brave/Cómo Entrenar a tu Dragón]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora