17. El trance

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La fiesta acabó muy tarde. Mérida se fue discretamente a la cama cuando los nórdicos demostraron que tenían más hidromiel en su cuerpo que sangre (aunque era tan torpe y se notaba tanto su presencia que fue muy difícil, y a sus compañeros más cercanos no les pasó por alto). Algunos, como Hipo y Ástrid, no habían bebido tanto, pero igualmente no era algo que a Mérida le gustara ver. Se sintió algo compungida cuando la bella rubia en la que había estado pensando tanto últimamente le sonrió de buena gana, como si estuviera realmente satisfecha de ella.

Los días siguientes fueron muy extraños para Mérida. Todo el mundo en la aldea la conocía ahora, y la llamaban por su nombre y luego con sobrenombres como Cazadora, Arquera, Flecha de la Muerte, Flecha Relámpago (obra de Mocoso) y más variantes con las que Mérida no se sentía cómoda. Sí que le gustaba que la hubieran aceptado, pero se negaba a tener algún nombre ridículo de los que se ponían los vikingos para identificarse.

Mientras los humanos la habían convertido en su extranjera favorita, los dragones habían sido lo opuesto. Le seguían teniendo recelo, aunque Mérida se sentía bien con ellos. Desdentao era la excepción que confirmaba la regla, pero no le valía, no podía montar en el dragón del jefe (¿sería considerado Hipo un jarl o solo un caudillo como Tróndur?), por muy cariñoso que fuera. No entendía por qué el resto seguían sin aceptarla. ¡Ya no sentía miedo! Ella se acercaba y los demás se alejaban.

Valka encontró a Mérida uno de esos días en los que la princesa maldecía, preguntándose qué pasaba con ella:

—Que me quitaste el miedo, pero los dragones siguen huyendo de mí.

—Te presionas demasiado. Llevas una semana aquí —dijo suavemente. Le recordó a su propia madre—. Además, no te quité el miedo. No puedes perder el miedo a todo, perderías también la voluntad de cumplir con tus metas.

—Entonces ¿qué tengo que hacer? Si no se acercan es que tengo miedo, pero no siento que lo tenga. No podré ayudar a la isla en nada.

Valka simplemente sonrió ante la negatividad de Mérida y la arropó entre sus brazos. Tomó a la princesa de sorpresa pero, en el fondo, era justo lo que necesitaba. Un abrazo. Un poco de calidez. Y si no fuera tan tozuda y, ahora también, estuviera tan llena de tonterías en la cabeza, ya se lo hubiera pedido a Ástrid.

—Ven conmigo. Quiero probar algo que me ayudó a mí en su momento.

La madre de Hipo arrastró a Mérida por toda la isla, hasta llegar a un lugar apartado del que seguro no sabría volver ella sola. No había nadie, se oía el mar de fondo, animales también y posiblemente era el único sitio realmente plano en toda la isla. Parecía un parche de hierba mal colocado, desentonando con el resto del lugar.

—Come esto y luego túmbate.

Valka le pasó una planta que Mérida reconoció al instante: era la planta que, junto con una seta de mal aspecto, usaba Egil para entrar en su furia berserker.

—¡No! ¡Sé lo que provoca!

—La planta sólo induce ciertas alucinaciones —puntualizó, con calma—. El trance violento se produce añadiendo un hongo. Créeme, te ayudará.

Mérida se pasó como un cuarto de hora mirándose aquella planta, con su pequeño fruto, entre sus manos, debatiéndose indecisa sobre lo que hacer. ¿Desde cuándo le costaba tanto hacer algo así? Ella era impulsiva, directa, a veces hasta ni pensaba hasta horas después de algo peligroso que se le hubiera ocurrido hacer.

Se tragó la planta masticando poco sus frutos. Se tumbó, con los ojos cerrados, y esperó, aunque estuvo a punto de protestar dos veces porque no pasaba nada.

Más allá del Mar Sin Sol [Mérida x Ástrid - Brave/Cómo Entrenar a tu Dragón]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora