5. Hacia el norte

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Mérida y Egil siguieron durante toda la mañana el rastro de huellas del carro y caballos. Parecía que la mascota de Mocoso había sido capturada y se la llevaban lejos de territorio escocés. Al cabo de un rato, el rastro del propio Mocoso se sumaron a las demás, en un revoltijo de pisadas y marcas en el suelo.

—Aquí ha habido una batalla —adivinó Egil—. No hay sangre, y las ruedas siguen hacia el norte, así que me temo que tu amigo también ha sido capturado.

Así, sin más. Vale, es cierto, pensaba que Mocoso no tenía pinta de ser muy fuerte, pero le costaba creer que sólo con cuatro huellas en un camino, el pobre ya estuviera capturado.

—¡Hay que rescatarle!

—A eso vamos, pero tendremos que ser pacientes. No sabemos a dónde se lo han llevado.

Mérida sintió su pecho oprimiéndose y su cara enrojeciendo de rabia. ¿Cómo iba a tragarse todo eso hasta encontrar a Mocoso? Siempre lo había desatado todo a la primera de cambio, sin pensar.

—No te encierres en tu cabeza. Va a ser peor.

—Me siento...

—... ¿Impotente? Suele ser lo habitual. Vas a tener que controlarte si nos encontramos con gente poderosa. —Dejó que Mérida respirara un poco antes de preguntar—. ¿Alguna pista sobre la mascota? ¿Algo que sepas que nos pueda ayudar?

—Sólo sé que ruge y que se llama Krókar.

Egil se rio por un segundo, casi como si sólo le hubiera dado hipo.

—Este tal Mocoso sigue las costumbres vikingas. El nombre de su mascota significa «Garfios». A juzgar por sus garras, un nombre muy acertado.

—¿Qué clase de criatura crees que podría ser?

—Una de otro mundo, para empezar. Pero no quiero aventurar nada aún.

—¿Otro mundo? Te refieres... ¿al mundo de los muertos? —preguntó, algo cohibida.

—No, no. Allí apenas hay criaturas. Nosotros, los nórdicos, creemos en distintos mundos conectados al Gran Fresno de la Vida, Yggdrassil. Los humanos vivimos en uno de ellos, Midgard. Hay por lo menos otros ocho mundos, incluidos los que pertenecen a los dioses, o del que podría proceder la mascota de Mocoso.

—Parece una historia muy larga —suspiró, aburrida.

—No es momento de hablar de ello —repuso Egil, cuando empezaron a notar las primeras gotas de lluvia sobre su cuerpo—. Hay que encontrar un sitio donde descansar y resguardarnos.

Mérida sabía más o menos dónde se encontraba, así que guio a los caballos hasta una aldea, a diez minutos de donde estaban. Para entonces, la lluvia se había intensificado y su primera capa de ropa estaba empapada. Primer mediodía y ya tenían que secarse. Empezaba bien el viaje.

Por suerte, ser Mérida tenía sus ventajas: en cuanto un par de personas vieron el tartán y ese pedazo de melenota que tenía la princesa, la voz corrió a gritos y ya había una docena de personas acercándose a curiosear.

—¿Alguien tiene espacio para nuestros caballos y para secarnos? —preguntó, después de saludar a todos.

Una mujer que le recordaba a la versión ruda y más grande de su criada Maudie se acercó y ofreció su pequeña posada para secarse y descansar. Ya era mediodía, así que también les prometió un plato caliente.

—¿Qué hace nuestra princesa fuera de su castillo? —se atrevió a preguntar esa mujer, después de servirles una sopa con cachos de pan y carne. La ropa ya se estaba secando también. Mérida intentaba no pensar en lo malo que sabía esa sopa. Desde luego no estaba hecho en un castillo—. Hace años que no la veíamos tan lejos.

Más allá del Mar Sin Sol [Mérida x Ástrid - Brave/Cómo Entrenar a tu Dragón]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora