6. El frío acero

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Enseguida que entraron en el pueblo se alegró de haberse cubierto. Allí había varios soldados vikingos, con su casco, su escudo y un hacha envainada. No eran muchos, pero seguían siendo más poderosos que dos viajeros cualesquiera. Había algunos escoceses también, pues algunos se atrevían a llevar prendas con el tartán de algún antiguo clan que Mérida no reconoció. Todo le daba una sensación de inseguridad y tensión que muy pocas veces había sentido. No sería una buena idea sacar su arco a relucir.

Egil se dirigió a uno de los escoceses y le preguntó en gaélico por una posada. El pobre hombre, casi susurrando, mencionó una casa al fondo de la calle.

—Gracias —susurró Mérida, y como agradecimiento, dejó ver un poco de su pelo. Aquel hombre pareció quedar aliviado durante un momento, y luego volvió a su posado triste, trabajando en la madera de su casa.

—No deberías hacer eso —se quejó Egil—. Hay muchos ojos mirando y lo sabes.

—Me estoy empezando a cansar de eso de ocultarme. ¡Que vengan! Aquí hay Mérida para todos.

—No sabes lo que dices. Y necesitamos dormir, no una pelea.

De camino a su próximo lugar de descanso se encontraron a alguien conocido: el mensajero que comunicaba entre DunBroch y Macintosh. El hombre inmediatamente reconoció a los viajeros pero, como señal discreta, solo levantó la mirada e hizo una seña para que le siguieran hasta un sitio más discreto: un callejón entre dos casas.

—¿Qué hacéis vos aquí? ¡Es la frontera! ¡Podrían mataros! —susurró con toda alarma posible el mensajero.

—Me encargo de protegerla —replicó Egil, como si no fuera evidente. Mérida supuso que el título de escaldo no impresionaba al mensajero, pese a que estaba claro que Odegaard era un guerrero fornido.

—Y no me iré del norte hasta haber recuperado a mi amigo o que haya vuelto a su hogar —añadió Mérida

—¿Se refiere a Mocoso? Todo el mundo habla de él. Todo el mundo vio a su dragón escupir fuego a uno de los guardias. Fueron separados ayer.

—¿Cómo que separados? —preguntó, aunque Egil ya se lo había advertido—. ¿Dónde están?

—De Mocoso no sé nada, pero sé que el dragón va a ir como tributo al jarl Sigurd.

Egil lanzó un sonoro suspiro, y cerró los ojos. El mensajero tampoco parecía muy contento.

—¿Qué? ¿Qué pasa con ese Sigurd? Vamos a pedirle que nos devuelva al dragón, ¿verdad?

—Princesa, con todos mis respetos, ¿sabéis qué es un jarl?

—No lo sabe —sentenció Egil, sin esperar una respuesta.

Mérida le miró, airada, pero el rostro del escaldo parecía haber envejecido cuarenta años. Es más, se preguntaba si en realidad su profesor era tan joven como aparentaba. Qué poco sabía de él.

—Un jarl es un caudillo regional en las tierras del norte. El más importante fuera de las costas escandinavas es precisamente Sigurd «El Fuerte» Hlodvirson*, que gobierna en Insi Orc, en Caithness y todo Innse Gall*.

—Corre el rumor que está ganando influencia en Irlanda* también.

—Entonces ¿es contra él con quien hemos estado luchando los escoceses?

—Y todos los de su linaje —asintió—. Sigurd es muy poderoso, no deberíamos acercarnos así como así a él.

—No deberíais estar aquí, para empezar —protestó el mensajero.

Más allá del Mar Sin Sol [Mérida x Ástrid - Brave/Cómo Entrenar a tu Dragón]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora