Capítulo 26

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Dejé que el esplendor me rodeará y de inmediato recibí una respuesta de su parte.

— Siento la necesidad de quererte, de protegerte y tenerte para mí nada más, además de una muy fuerte atracción — dijo y dejé de usar el lazo de la verdad mental.

Él se quedó estático, no se movía, no hablaba. Estaba en shock, al igual que yo. Ya no sé qué hacer.

Tanto que sonaba a una buena idea el venir aquí a preguntarle.

Ebrio todo parece una buena idea — dijo doña conciencia justificando.

Alex me miraba perplejo y a la vez asustado. Ahora me siento mal, no debí forzarlo a que me dijera.

— Yo... — balbuceó el chico más sexy del planeta, nervioso —. Lo siento, no sé qué me pasó — dijo arrepentido.

Sé por lo que me dijo que le gusto, pero no creo que sea muy conveniente hablarle de mis sentimientos en este estado.

Entonces bésalo — propuso la doñita.

¿Te volviste loca?.

No puedes dejarlo así, probablemente  no duerma por la vergüenza — y tiene razón, aunque en parte es una excelente excusa para probar esos labios que me vienen provocando desde que los vi.

Temerosamente me acerqué a él, puse mis temblorosas manos alrededor de su cuello y lo acerqué a mí. Él rodeo mi cintura con sus fibrosos brazos firmemente como si temiera que en cualquier momento me desplomara sobre el suelo.

— Kamila, ¿Qué estás... — no lo dejé terminar, ya que uní mis labios con los suyos.

Inmediatamente me lo correspondió con fiereza y dulzura, él me acercó más a su dorso y yo intentaba intensificar el beso. Sentí un montón de cabras corriendo como locas dentro de mi estómago, el contacto de sus brazos en mi piel me provocaba escalofríos y me quemaba al mismo tiempo, es muy contradictorio pero se sentía jodidamente bien. Sin duda estaba en el mismísimo cielo.

Como lastimosamente el oxígeno me empezó hacer falta, me separé despacio de él y pegué mi frente con la suya mientras seguíamos abrazados. Levanté la mirada y me encontré con esos ojos mieles que tanto me gustan que tenían las pupilas dilatadas, le sonreí y el imitó el gesto.

— Tengo sueño — digo dando un bostezo.

— Entonces ve a dormir — dice sin dejar de sonreír.

— Pero no quiero dormir sola — dije haciendo un puchero.

— ¿Por qué no? — pregunta divertido.

— Porque va a salir la muerta del aro y me va a llevar — dije escondiendo mi cabeza en su pecho y él acarició mi cabello.

— No te preocupes, yo te cuido. No dejaré que te hagan daño — dijo dulcemente, lo cual me hizo sonreír nuevamente.

Él me levantó del suelo como a una princesa y me dejó delicadamente sobre su cama y me quitó mis pantuflas. Alex se acostó a mi lado y nos cubrió a ambos con el cobertor. Nos quedamos viendo fijamente hasta que poco a poco fui cerrando mis ojos hasta que finalmente me quedé dormida.

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Sentí como algo cálido me hacía caricias gentilmente pasando por mi frente, nariz, mejillas y brazos y así sucesivamente. Se sentía muy bien. Lentamente abrí mis ojos y me di cuenta de que el dueño de dichas caricias era nada más ni nada menos que Alex, e involuntariamente se formó una sonrisa en mis labios.

Ángeles CaídosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora