Los hombres del puerto ayudaron al barco a atarse al embarcadero mientras que un conjunto de soldados se acercaban a la orilla. Eran distintos a otros vikingos: Iban no solo armados hasta los dientes sino que también calzaban buenas botas y yelmos con protección nasal, vestían armaduras de cuero con cotas de malla (Que en otros sitios solo se podían permitir los nobles) con grandes capas azules y en sus escudos relucía Fenrir.
Ivar sonrió. Por una vez en la historia de su pueblo algo era cierto: El rey de Alvheim cagaba oro. No eran como el resto de Vikingos, parecían más organizados, más preparados, eran como los ejércitos cristianos: Todos los soldados copias de un solo hombre.
Se sentó en un asiento y algunos de sus guerreros le levantaron como si fuese una litera.
Björn desembarcó y se presentó ante los guerreros junto a Ubbe. ¡Claro! Los mayores primeros.
— ¡Saludos!
Uno de los guerreros se adelantó.
— Bienvenidos a Alvheim, hijos de Ragnar. Nuestro conde, Olaf Barba de Fuego nos ha ordenado llevaros al gran salón.
— Pues ¿A qué esperamos? — Dijo Ubbe, sacando su vena diplomática.
El pueblo era más grande que Kattegat, eso saltaba a la vista desde que Ivar lo observó. Los martillos de decenas de herreros clamaban fuertemente mientras hacían espadas, escudos y yelmos. Las curtidoras preparaban armaduras y ropas mientras que algunos escultores hacían una gran estatua de Frey con gran maestría.
— No tenemos nada así en casa — Dijo Hvitserk, algo ceñudo.
—Ni nada como eso — Señaló Sigurd a unas jóvenes chicas que les sonreían desde frente de un puesto de comida.
Su hermano hizo el gesto de besar mientras miraba a una de ellas. La pobre se sonrojó.
— ¡Están anhelando acostarse contigo solo porque eres hijo de Ragnar! — Le escupió Ivar.
Sigurd se dio la vuelta.
— Al menos yo puedo follármelas, hermano. Tú...
— ¡Callaos! — Ordenó Björn.
Comenzaron a subir el empinado risco. A ambos lados se encontraban altas empalizadas con parapetos y torres y grandes casas donde, supuso Ivar, vivirían los nobles con sus familias. Los esclavos serían relegados al campo.
El gran salón era más grande y opulento que el de Kattegat.
Bajaron el asiento de Ivar y entraron.
— ¡Alto! — Gruñó un guerrero de Alvheim — Solo podéis pasar los hijos de Ragnar, no los demás ¡Y debéis entregarnos vuestras armas!
— Por supuesto — Dijo Ubbe.
Floki, al lado de Ivar, gruñó.
— ¿Querías ver al Rey?
— Cállate, enano malformado — Masculló el constructor de barcos — Debería haber nacido hermano de Ragnar.
<< Lo eras, pero no de sangre >> Quiso decirle Ivar pero no disponía de tiempo. Entregó sus dagas, guardando una en la bota por si acaso y entró con sus hermanos en el gran salón.
Las paredes estaban cargadas de escudos y tapices y al fondo, en un trono formado por huesos y cráneos aplastados se sentaba el Rey de Alvheim. Era un hombre de casi cincuenta años, con larga barba cana y un pelo enmarañado. La mirada era serena pero observaba a cada uno de los hermanos de Ivar con especial interés. Las uñas eran muy largas y amarillentas y vestía una recargada túnica roja y dorada. Su corona era de hierro. Sobre el trono se alzaba el cráneo del dragón Mirmuhir al cual dio muerte Haakon Corazón de Lobo durante sus viajes.
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La Edda de Ivar el Deshuesado
FanfictionEl viento soplaba con la noticia que susurraban las alas negras de todos los cuervos de Odín, el gran Æsir: Ragnar Lothbrok había muerto. Los pueblos vikingos se preparaban para la guerra, se preparaban para la venganza. Los hijos, descendientes del...