Las Alas de Ivar: II

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Cuando Olaf se empecinaba en algo podía resultar ser el vikingo más cabezón de todo Midgard. Había ordenado que Sigrid no se acercase a Ivar, no por alguna razón de peso, simplemente se ponía celoso y se preocupaba de que el chico le hiciese algo.

— "Todos dicen que el chico no es normal" — Decía — Es agresivo y su comportamiento más errático que el mío cuando cago.

Sigrid se aburrió dos días enteros en su tienda con dos escuderas haciendo guardia y siguiéndola incluso detrás de los árboles cuando meaba. Era irritante.

Daven se presentó un día.

— ¿Atrapada? Nunca se te dieron bien los espacios pequeños.

Sigrid se abrazó a las rodillas.

— Condenado Panzón, juro que me las pagará. Le quitaré la cerveza o algo así.

— He oído lo de Egil. Qué pena que yo no estuviese allí, el Deshuesado habría tenido que dejarme algo de la cara de ese bastardo para compartir.

— ¿Dónde está Egil?

— Nadie lo sabe — Sigrid miró a su hermano y él encogió los gigantescos hombros — Desapareció anoche, nadie lo ha visto irse y tampoco saben dónde. Incluso el Rey Harald desconoce dónde está.

Sigrid bufó.

— Claro que lo sabe — Comentó mientras jugaba con un trozo de madera — Egil estaba pegado a su trasero como una verruga. El Cabello Hermoso miente como un bellaco.

Daven asintió.

— Incluso ahora Alvheim es un reino rico, algunos dirían que demasiado.

— ¿Crees que el bastardo...?

— Recuerda, hermana: Solo hemos traído a dos tercios del ejército. En casa quedan casi doscientos hombres y diez barcos. Si Egil va allí Gunilda defenderá la ciudad ¡Ah! Casi se me olvida. El Deshuesado me pidió que te reunieras con él en el bosque.

— ¿Y Olaf? — Preguntó, con una sonrisa.

Daven le guiñó un ojo.

— Está como una cuba en su tienda y las escuderas a las puertas son Eyra e Ysolda. Ve con el Ragnarsson pero si te hace algo mandaré perros tras él. Los tullidos no corren muy deprisa.

Sigrid abrazó a su hermano y este le correspondió, abrazándola como el gran oso que era.

La muchacha cogió una capa y salió. Sus amigas le dirigieron sendas sonrisas y entonces la chica abandonó el campamento en dirección al bosque de Kattegat.

Estuvo llamando al chico durante varios minutos hasta que por fin le respondió. Ivar, como siempre, iba con su pelo peinado hacia atrás y con los lados rapados. Junto a él estaba Floki, el constructor de barcos.

— Saludos.

El anciano hizo una mueca.

— Genial ¡Toma tu oro, tullido! Ojalá se atragante.

Ivar lanzó al aire una bolsa de cuero y la cogió al vuelo.

— Hemos apostado si de verdad vendrías — Le explicó Ivar — Floki pensaba que mentía.

— Y mal me ha salido.

Sigrid asintió.

— ¿Vine para una estúpida apuesta o puedo cortaros las manos ya?

Ivar borró su sonrisa pero Floki soltó una carcajada.

— Ivar quiere que veas algo.

— Quiero que me acompañe a ver algo, Floki — Corrigió el vikingo — Todavía no lo he visto ni yo.

La Edda de Ivar el DeshuesadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora