La rueda del destino: II

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Sigrid entró en el Gran Salón. Estaba lleno de ciudadanos de Alvheim que murmuraban entre sí a causa de los recién llegados. En una semana la ciudad se encontraba a reventar de todas las gentes del reino que habían buscado refugio entre sus muros de madera. Mujeres, niños, hombres y animales para sustentarlo. Miles habían llegado para la visita del hombre que en ese momento tenía frente a ella era el que más revuelo había causado.

— Cuando me dijeron que estabas aquí no me lo creí, Ubbe.

El hijo de Ragnar sonrió, hizo una reverencia y besó la mano de la muchacha, mientras lo hacía su mirada se clavó en la de ella, inamovible. Ubbe siempre era amable, siempre era cálido, bueno, y amable.

— ¿Qué haces aquí? — Preguntó la chica.

Ubbe se encogió de hombros.

— Oí que habías vuelto a casa así que Lagertha me dejó un barco para que me trajera. Quería ayudarte también, con lo de la guerra contra las tribus gautas. Traigo trigo y provisiones.

— Te damos las gracias, Ubbe Lothbrok — Dijo el rey, con voz solemne — Mi sobrina estará encantada de llevarte hasta el salón donde te quedarás durante tu estancia ¿No es así, Sigrid?

Ella enarcó una ceja.

— Por supuesto, mi rey. Ven, Ubbe.

Los dos salieron con cierta prisa. Sigrid se encontraba molesta al contemplar como Ubbe no le dejaba de lanzar miraditas mientras caminaban. A medida que avanzaban las personas con las que se cruzaban les hacían reverencias. Desde la sima del acantilado Alvheim lucía como un sitio superpoblado. A ras de la muralla oeste se extendía un bosque de tiendas de los recién llegados, escapados del ejército gauta que cada vez avanzaba más.

— Lagertha se ha aliado con un rey sami ¿sabes? Tal vez te convenga hacer lo mismo. Los sami suelen ser... razonables.

Sigrid sonrió.

— Samis, suecos, gautas. Que vengan que ante estos muros morirán.

Ubbe arrugó el ceño.

— Sigrid, no quiero que te expongas a peligros cuando vengan, porque lo harán.

Sigrid recordó al hombre que vio aquella noche. Recordó el sonido celestial de su voz, la extraña aura a su alrededor. Tenía sus teorías sobre quien era. «Un dios, eso es obvio pero no cualquier dios, tenía una vaina pero no tenía espada.»

— Este será el salón. Veo que Lagertha ha enviado a varias escuderas para custodiarte.

Ubbe asintió, molesto.

— No quiere "que me pase nada," burda forma de decir que me quiere tener vigilado.

«Al menos pasará la noche caliente, con una de ellas.»

— Nos vemos, debo seguir con los preparativos para la batalla.

Sigrid se dispuso a seguir su camino.

— ¡¿Cómo te va con Ivar?! — Gritó. Sigrid volvió hacia él — He oído que...

— Me da igual lo que hayas oído, Ubbe. Amo a Ivar y eso no cambiará nunca. Deja de hacer preguntas sobre un "nosotros, "porque ese nosotros no existirá. Nunca.

El chico sonrió, se acercó a Sigrid y tomó su cintura, rodeándola y apegándola a su cuerpo musculoso.

— ¿Ah sí? Entonces, si no existe un "nosotros," por qué tus labios tiemblan y tus manos están inquietas. Por qué parece que me quieres besar.

La Edda de Ivar el DeshuesadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora