La Escudera Legendaria: Parte única

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Alvheim brillaba como una gran hoguera. Todos los habitantes y refugiados habían acudido a la gran plaza, donde se levantaban las estatuas de los dioses, para despedirse de los guerreros que, en ese momento, serían transportados por las llamas hasta los salones dorados del Valhalla.

El rey Egil se sentaba en un gran asiento, rodeado de guerreros. Olaf encendió una antorcha y se encaminó hacia las piras. Sigrid estaba entre los comandantes del asalto, junto a decenas de condes y sus hermanos. Durante la batalla habían muerto decenas de soldados en las murallas y cientos intentando cerrar el paso abierto por la puerta vieja. El conde Barba de Fuego prendió personalmente la hoguera de cada uno mientras que Sigrid y Eyra tuvieron permitido prender la de Ysolda, su fiel amiga. Mientras su cuerpo ardía Sigrid rememoró como robaban pan de pequeñas, como aprendieron a sostener un escudo juntas y como, tras haber bebido mucho, habían robado toda la ropa a Eyra. « No sé si Sigurd Ojo de Serpiente te llegó a amar de verdad o si solo fuiste un revolcón» pensó la princesa «Pero ojalá sea lo primero y ahora te esté rodeando con sus brazos y besando en los salones de los »

Cuando las hogueras se apagaron comenzaron los festejos por las almas de los difuntos. Muchos alzaban sus copas entre lágrimas, mientras que otros fingían felicidad, Sigrid sabía que se merecían esa mentira, esa sensación de falsa seguridad. «Tal vez se sientan dichosos, como yo cuando Ivar me abrazaba.»

Ubbe se acercó y ofreció un cuerno lleno de hidromiel. La princesa lo aceptó con una sonrisa.

— Gracias.

— No es nada — El chico sonrió, era muy guapo y su sonrisa, contagiosa — Siento lo de tu amiga.

Sigrid miró alrededor. Las casas le rodeaban y parecía que nada fuera de Alvheim tenía vida. Una amarga sensación recorrió su cuerpo, nada parecía suceder más allá y eso era raro.

— Era como una hermana para ti — Ubbe se rascó la cabeza — Se ha reunido con mi hermano, ambos estarán... ¿Sigrid, ocurre algo?

La chica le dio el cuerno y siguió mirando, vio la sombra de algo sobre uno de los tejados, una sombra oscura y que, en la milésima de segundo en la que la vio, parecía ser pequeña «Tienen que ser cuervos, solo cuervos.»

— Sigrid...

— Yo, eh... lo siento, Ubbe. Vuelvo ahora mismo.

Sigrid dejó al Ragnarsson con la palabra en la boca y se dirigió, casi corriendo, cada vez más rápido hasta que subió la tarima donde el viejo rey observaba a su pueblo con extraños ojos.

— ¿Lo ves Sigrid? — Dijo, una difusa sonrisa fue apareciendo en su semblante — Ojalá la felicidad de mi pueblo sea siempre así.

— Están celebrando por los muertos, majestad. Eso solo... un adiós con sonrisas falsas.

El anciano asintió, cerró los ojos y fue moviendo la cabeza al compás de la música que sonaba. Sigrid creyó ver un instante de tranquilidad en su tío, como si, de forma transitoria, dejase que la felicidad y el gozo le llenasen.

— ¿Qué reconforta más, una sonrisa falsa o lágrimas de auténtico dolor? Para los reyes es lo mismo, preferimos ver sonrisas falsas, hacernos la ilusión de que hacemos bien nuestro trabajo. Tú sentirás lo mismo cuando ocupes mi lugar.

— Mi rey, estoy preocupada.

— ¿He sido un buen rey, Sigrid? — El anciano le dirigió una sonrisa.

«Sin duda pudiste ser mejor tío.»

— Sí, mi rey — Respondió — Majestad, tengo un mal presentimiento, creo que.

La Edda de Ivar el DeshuesadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora