La rueda del destino: III

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El cuerno de emergencia no dejaba de resonar por todo Alvheim. Los guerreros y escuderas se apresuraban a tomar sus armas y protecciones y a correr hacia la marulla. Sigrid fue hacia su casa. Allí se puso la armadura junto a sus hermanos. Jensen llevaba una cota de malla, un yelmo con protección nasal y una gran capa de piel de oso, su espada relucía como una gema en las profundidades; Jorgen, por su parte, se había colocado una armadura de bronce con retoques dorados, al igual que su casco que cubría su rostro con una cota de malla. Sus ropas y capa eran de un color sucio, rotas y andrajosas. Sigrid reconocía esa armadura, era la armadura de su difunto padre, Einar Ojo de Tormenta, el gemelo de pelo negro también llevaba un hacha larga, como un huscarle.

Gerda se acercó, junto a Elisif que cargaba a Guthfrid.

— Tened cuidado.

Jorgen asintió con una sonrisa. Los tres salieron corriendo de la casa hasta la muralla. Al subir se reunieron con Olaf y otros condes.

El ejército gauta era gigantesco, miles de hombres reunidos que rugían como bestias en mitad de la noche, alzando sus antorchas y hachas con un centenar de cabezas cortadas clavadas en picas: El conde Axe y sus tropas.

— ¿Cómo son tantos? — Jensen se rascó la incipiente barba, nervioso. Aferraba con fuerza la espada, temiendo que el acero se le fuese a escapar.

— Seguramente han libertado a los esclavos de las minas y se han aunado. Malditos.

Sigrid contempló como las fuerzas gautas se fueron separando. Un grupo, el más numeroso, fue retrocediendo poco a poco mientras que otro grupo, cientos de guerreros gritones, se adelantaban.

— Quieren probar nuestras defensas — Dijo el conde Viggo, con la mandíbula apretada.

Olaf sonrió.

— Pues las probarán ¡Arqueros, a las murallas! ¡Listos, ahí vienen! — Los enemigos cargaron contra la muralla sin ningún orden, a lo loco, como si la muerte fuese un simple juego para ellos — ¡Soltad! — Una lluvia de flechas cayó sobre ellos — ¡Otra vez, soltad!

Sigrid se arrimó a la muralla. Los gautas llegaron a la base del muro.

— ¡¡Soltad piedras!! — Ordenó. Los guerreros comenzaron a acarrear grandes pedruscos y a soltarlos, aplastando a los invasores.

Jensen tragó saliva.

— Traen escalas.

Los gautas colocaron las escalas, lanzaron ganchos con cuerdas a los muros y comenzaron a trepar. Sigrid desenvainó la espada. A cada hombre que subía por el muro ella lo liquidaba. Sus amigas y sus hermanos también se habían lanzado al frente.

— ¡Contenedlos, con firmeza! — Gritaba el conde Olaf — ¡Eso es, vamos, Frey está con nosotros!

Una escudera enemiga se alzó sobre el muro y saltó sobre Sigrid. La princesa y ella cayeron al suelo, forcejeando por ver quién conseguía derrotar a la otra. Sigrid le dio un cabezazo y se la quitó de encima, incrustándole la espada en el pecho.

Sintió un torrente de sangre correr por su espalda. Se dio la vuelta y vio cómo su hermano Jorgen tenía el hacha incrustada en la espalda de un gauta que iba a ejecutarla. El joven se rió.

— Ten cuidado, hermana — Dijo.

Por alguna razón esa imagen le recordó a Ivar. Él siempre se reía en la batalla, como Jorgen. Su hermano no paraba de dar mandobles con su hacha como un bárbaro, quien se le acercaba moría desangrado por algún tajo que él daba. Sin duda alguna disfrutaba con la batalla.

La Edda de Ivar el DeshuesadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora