El juego de los cinco reyes: I

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El puerto de Alvheim era un sitio cuanto menos desordenado, cientos de barcos, barcas, redes, tiburones y pescados disecados y decenas de puestos donde los vendedores comerciaban con productos venidos desde toda Noruega que servían para la supervivencia del poblado. Muchos guerreros de Alvheim patrullaban los embarcaderos en silencio bajo las luces de las antorchas mientras un solo Drakkar se preparaba para partir.

Ubbe estaba envuelto en una capa verde que le resguardaba del frío mientras contemplaba los islotes cercanos, amparados por la oscuridad de la madrugada. Las escuderas de Lagertha ya estaban embarcando.

Jorgen Einarsson se acercó, a paso rápido. Era un muchacho –más joven que Ivar, incluso- pero era ancho de hombros y su gesto le hacía recordar al Ragnarsson al hermano que le había quitado su ejército y poder, allá en Inglaterra.

— Date prisa, Ubbe Lothbrok, o se darán cuenta de que no estás en el Salón — La voz del chico era suave pero conservaba en todo momento un extraño matiz de autoridad.

— ¿Y Sigrid?

El chico sonrió mientras se cruzaba de brazos.

— Sigue en el acantilado. El viejo se muere, debe estar con él. — Ubbe asintió ante esa respuesta. El rey Egil había resultado herido en el ataque y se moría, aunque tardaba lo suyo en hacerlo — ¿Creéis que los sami entraron por aquí?

— Había guerreros muertos y la emboscada fue en el centro el pueblo. Vimos rastros de agua que se adentraban hacia las casas y un sami murió con un hacha en las costillas — El chico sonrió — Sin duda los muy cabrones nadaron hasta aquí, aprovechando la baja guardia, y fueron hacia el pueblo.


— Lagertha se ha aliado con un rey sami para...

— Enfrentar a mi querido cuñado — Jorgen se acercó a Ubbe — No recuerdo mucho al Deshuesado pero mi hermana le echa de menos, mi sobrino también. Vamos, vete.

Ubbe asintió, subiéndose en el drakkar. «Pensé que ella vendría, pensé que se despediría, pensé que lo de hace unas noches fue algo más que un revolcón para ella.»

— Podría quedarme — Musitó — Necesitaréis ayuda cuando el rey.

— Hay una veintena de condes en esta ciudad — Repuso Jorgen, apoyando contra un poste — Cuando el viejo muera Sigrid estará bien segura. Iremos a Kattegat cuando metamos las espadas por los culos a esos gautas, te lo aseguro.

Una sensación extraña invadió el cuerpo de Ubbe.

— ¿Para apoyar a Lagertha o... a Ivar?

Jorgen escupió al agua.

— Lo que nuestra reina decida. De alguna forma u otra nos encontraremos en batalla, Ubbe.

Las escuderas sacaron los remos y comenzaron a desamarrar las ataduras que ataban la nave al embarcadero. Poco a poco se fueron alejando.

— Si nos encontramos como enemigos aléjate de mí, norteño.

— Soy vikingo. Daré mi sangre por Thor, mi corazón por Freyja, mi vida por Odín y mi espada por Tyr — Jorgen sonrió. «Esas mismas palabras nos dijo padre antes de morir.» — Adiós, Ubbe Lothbrok.

Al volver al Gran Salón todo era un caos silencioso. Los condes cuchicheaban, inquietos, los guerreros bebían en silencio mientras que los esclavos se arrastraban como serpientes de aquí a allá. «Están nerviosos» supo Jorgen. «Saben que los esclavos de Ribe se unieron a los gautas, temen que por ser precavidos les matemos a ellos.» No lo harían, los esclavos eran difíciles de mantener en el norte. Jorgen había oído a pescadores que en Dublín su tío Bardr, el hermano de su madre, se había vuelto asquerosamente rico a base de tributos de reinos vecinos, saqueos y, sobre todo, vendiendo esclavos.

La Edda de Ivar el DeshuesadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora