Romper las cosas que ama: Parte única

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Todos fuera celebraban la victoria sobre los sajones. Las calles de York estaban llenas de guerreros que alzaban sus cuernos llenos de cerveza mientras bebían. En el interior de la catedral, por otra parte, había un silencio apacible. Algunos de los guerreros comían, otros charlaban y bebían.

Sigrid y Ivar entraron. A la joven de Alvheim aún le parecía asombroso como su esposo era capaz de caminar –por mucho que cojeara- era algo sumamente sorprendente. Ivar entró en la catedral, con su esposa de la mano.

Ubbe, que estaba hablando con Hvitserk, rodó los ojos ante esa escena. Al parecer se habían reconciliado de la pelea que estaban teniendo.

El mayor de los hermanos alzó su copa.

— ¡Hemos triunfado, hermanos!

Ivar subió su pierna a una mesa, sentándose.

— ¿Hemos?

Ubbe se sentó en un cómodo asiento. Tenía las mejillas rojas.

— Sí, te salvé la vida — Afirmó, señalando a Ivar.

— Toda la estrategia fue mía. Y tú lo sabes.

— ¡Todos hemos estado bien! — Aclaró Hvitserk, tratando de imponer algo de orden. Sigrid no pudo más que estar de acuerdo con su postura — ¿Por qué discutís ahora?

Ubbe alzó los brazos.

— ¡Yo no discuto! — Protestó Ivar. Sigrid sonreía al escuchar esa voz infantil que ponía cuando quería salir indemne de algo.

— Mejor, lo más importante es saber qué vamos a hacer ahora.

— ¿Y no es evidente, Ubbe? — Preguntó Sigrid.

— Sí — Concordó él — Hemos vencido a los sajones, es momento de reclamar estas tierras y firmar la paz.

«Y yo que pensaba que de todos los Ragnarssons él era el segundo más inteligente.» Se reprochó la princesa.

— ¡No me interesa para nada la paz! — Gruñó Ivar.

— Pues ya somos dos, esposo.

— "Paz," suena fatal — Los hombres rieron al escuchar las palabras de Ivar.

— Más de los nuestros cruzarán el agua y... vivirán aquí ¿uhm? Ahora nos toca negociar.

— Me parece que te equivocas como siempre, Ubbe.

— Bueno, Ivar, ¿Tú que sugieres? — Preguntó Hvitserk, levantándose de su asiento.

— Los sajones han perdido la batalla pero aún no han perdido la guerra — Le dijo la esposa de su hermano — Aunque parezca que estamos en una posición de fuerza puede que no lo estemos tanto como creemos.

Ivar puso una mano sobre el hombro de su esposa.

— Yo tendría mucho cuidado de no hacer las paces con el enemigo — Concordó el Deshuesado.

Después de eso la tensión estaba a flor de piel. El matrimonio abandonó la catedral para ir a su villa. Allí la mayoría de las escuderas también disfrutaban de un dulce sueño provocado por el hidromiel pero las que custodiaban a Guthfrid seguían en pie.

— ¿Todavía no está dormido?

Elisif sonrió.

— No paraba de decir "papá" y "mamá." Os espera a ambos.

Sigrid miró a Ivar. El chico se removió incómodo ante esa situación.

Los dos entraron en la habitación. Guthfrid estaba abrazado a las mantas. Sigrid le besó la cabeza. Tras ayudar a que Ivar se quitase las prótesis, destrenzarle el pelo y el chaleco de cuero los tres se acostaron. Todo era perfecto, ellos dos cogidos de la mano y Guthfrid en medio.

La Edda de Ivar el DeshuesadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora