El Reino de York: I

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Habían vuelto a Repton, donde sus barcos estaban a buen recaudo, a salvo entre las corrientes del río. Para Sigrid fue un golpe duro tener que separarse de Olaf que, finalmente, desplegó velas y puso rumbo de vuelta a Alvheim. Allí estaba Sigrid, con trescientas escuderas y su marido.

La mayor parte de las tardes Sigrid estaba en el bosque, entrenando a sus guerreras y a esclavas sajonas que habían aceptado luchar a sus órdenes a cambio de la libertad pero, por más que Sigrid lo intentara, seguían siendo fieles a su dios. «No, pueden rezar al dios que deseen, no necesito a su dios, necesito sus espadas.»

—¡Muy lenta! — Regañó Sigrid a una de las mujeres sajonas— Puede que aquí os enseñen a levantar un cazo lleno de sopa pero eso es un escudo, levántalo con fuerza y no apartes la mirada del enemigo.

La mujer, de casi cuarenta años, asintió con gesto adusto. Levantó el escudo y cargó contra Sigrid, dando tajos fuertes con el hacha. La chica los esquivaba o paraba con el escudo, finalmente arremetió y le quitó el hacha de un fuerte tajo.

La mujer cayó de rodillas y suspiró.

—Tranquila — Animó la joven escudera, devolviendo el hacha a la mujer— Las escuderas podemos perder nuestra arma o nuestra vida pero nunca perdemos el escudo. Levanta, eso es. Otra vez.

Siguieron practicando durante varias horas hasta que el sol empezó a ponerse tras las montañas de Inglaterra.

La joven se lavó la cara y dejó a sus mujeres allí. Se dirigió hacia la tienda de los hijos de Ragnar. Ubbe y Hvitserk estaban sentados frente a Ivar. Los dos hermanos menores no paraban de devorar la comida ante ellos.

—Veo que algunos os divertís — Regañó mientras se sentaba al lado de Ivar, que le recibió con una sonrisa. Sigrid se sirvió aguamiel y fue bebiendo, intercalándola con la comida.

—Pensando en el deseo de nuestro padre —Dijo Ubbe —Deberíamos colonizar las tierras que nos dio el rey Ecbert. Entre los sajones hay confusión, es una buena oportunidad. Tenemos recursos para montar una colonia.

—¡Uhm! —Dijo Hvitserk, señalando su acuerdo.

—Bien.

—¿Qué dices, Ivar?

El esposo de Sigrid jugueteaba con un paño.

—¡Yo no quiero disolver el ejército! Mi deseo es continuar la guerra contra los sajones mientras gocemos de esta posición de fuerza. Mi sugerencia es que volvamos al norte, donde derrotamos Aella. Estableceremos una colonia permanente como dices pero junto a la costa, desde donde zarparemos para saquear.

—El sueño de padre era que no fuésemos solo saqueadores —Comentó el hijo mayor de Ragnar mientras comía un muslo de pollo— Quería que viviésemos de otra manera.

—No me escuchas, Ubbe —Dijo Ivar, calmado —Hay que asegurar nuestra posición y yendo al norte estaremos más cerca de nuestro hogar y nuestras rutas. Construiremos una fortaleza impenetrable.

—¿Dónde? —Preguntó Hvitserk.

—Mis escuderas sajonas me han hablado de un pueblo llamado York —Comentó la hija de Einar, inclinándose hacia delante— Me cuentan que está junto a un río importante y no muy lejos del mar. Es grande, tiene buenas murallas y fue construida por los romanos.

Ivar tomó la mano de su mujer.

—Estoy de acuerdo con Sigrid, deberíamos conquistarlo.

Ubbe alzó los ojos.

—No, parecería una retirada.

—¡Sí, lo sé! Pero solamente es una táctica —Exclamó Ivar. Por alguna razón Sigrid lo veía diferente, hablaba con tranquilidad y no miraba mal a sus hermanos, ella conocía esa forma de ser, era la que siempre adoptaba cuando quería que los demás hicieran lo que él quería —Escucha. Entiende, Ubbe, que si nos establecemos en mitad de esa nación estaremos rodeados por enemigos y York nos acerca a casa —Finalizó con una voz amable y una sonrisa radiante— ¿Verdad, Sigrid y Hvitserk?

La Edda de Ivar el DeshuesadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora