La rueda del destino: I

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Los barcos estaban casi listos. Sigrid contemplada con ojos tristes como las escuderas terminaban de cargar todas sus armas y escudos en los drakkar. Apenas podía creerse que de verdad iba a abandonar a Ivar. «No, no le abandono. Solo le dejo momentáneamente.» Sigrid había aprendido que cualquier cosa que hiciese mal para Ivar era como un puñal en el pecho pero si el mal lo hacía él solo era un error momentáneo.

Elisif se acercó. Vestía un vestido amarillo y llevaba una capa de terciopelo sobre los hombros.

— Es la hora, estamos listos para partir, cuando ordenes.

Sigrid asintió.

— Nos vamos.

Las escuderas comenzaron a embarcar.

— ¡¿Vas sin despedirte?! — Le gritó Hvitserk, acercándose con un escudo en su brazo izquierdo. — Pensaba que te importaba algo más.

Los dos se dieron un fuerte abrazo.

— No me despido para siempre, Hvitserk. En unos meses, con suerte nos volveremos a ver.

Él sonrió.

— Has estado dos años fuera de casa ¿no? Estarás deseando ver a tu familia. — «Mis hermanos. Jorgen y Jensen ya tendrán quince años, serán hombres. Partí con dieciséis, vuelvo con dieciocho — Toma, esto es de parte de Ivar. Es su escudo.

Sigrid lo cogió. El escudo rojo con el sol amarillo y negro de Ivar pintado en él. La chica sonrió con tristeza al pasar las manos por el dibujo y entender que no iba a ver a su esposo antes de partir, Ivar era demasiado orgulloso para rectificar una de sus acciones, el escudo no era un recuerdo suyo sino un premio de consolación.

— Gracias, Hvitserk ¿No tienes ningún mensaje de él?

El chico negó, con el semblante serio. «Es Ivar ¿Qué iba a hacer?»

— Bueno, debo embarcar. Gracias, Hvitserk.

— Cuida de mi sobrino, Sigrid.

Ella dio la vuelta y saltó sobre la cubierta de uno de los barcos. Elisif estaba acunando a Guthfrid en popa. Ivar habían insistido en que el niño se quedara con él pero para Sigrid era mejor que fuese a Alvheim, aunque estuviesen en guerra allí estaría mucho más seguro que en medio de un país sajón.

La chica envolvió la mano en la cuerda de la jarcia y las escuderas comenzaron a remar. Hvitserk empequeñeció hasta ser una pequeña figura que desaparecía entre la maleza y las aguas.

La princesa observaba como desde las dos riberas del río algunos guerreros y escuderas del Gran Ejército se despedían de ella, alzando sus armas y gritando con fulgor. Sigrid deseó ver a Ivar entre ellos pero no, no estaba o al menos no se dejaría ver.

Se acercó a Elisif y se sentó a su lado, envolviendo a Guthfrid con su capa.

— ¿Qué nos esperará cuando lleguemos a casa?

La esposa de su difunto hermano sonrió.

— Cabras, casas, estatuas y puede que un Olaf algo enfadado pero nada más. ¿Recuerdas el estofado de Gerda?

La chica sonrió.

— ¡Oh! Claro que lo recuerdo. Manjar de los dioses. Ojalá Daven pudiese volver.

— Mi marido era un hombre intrépido — Musitó Elisif, más para sí misma que para Sigrid — Ahora estará cenando junto a sus padres en el Valhalla.

Tardaron varios días en salir del río que navegaban y una vez en alta mar les azotaron tormenta tras tormenta hasta que casi uno de los barcos se hundió, pero por suerte solo perdieron a algunas escuderas. Al llegar a las costas de Noruega hicieron escala en varios puertos y subieron hasta que atravesaron los islotes que rodeaban a Alvheim. La ciudad apareció entre la niebla de la tarde como un espejismo. La princesa de aquellas tierras sonrió al volverlas a ver.

La Edda de Ivar el DeshuesadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora