El Gran Ejército Pagano II

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Remontaron los ríos de Inglaterra, descendiendo cada vez más al sur y arrasando todo a su paso, desde Northumbria hasta Repton en Mercia, donde desembarcaron.

Los guerreros comenzaron a preparar el campamento alrededor del río. Sigrid había aprendido a rodearse de escuderas fieles. Muchos la miraban, condes y reyes, obviamente pensaban que ella era una posible llave para controlar Alvheim y su oro y no paraban de acercarse como ratas, Harald el primero de todos.

El rey noruego avanzó hacia ella y sus escuderas alzaron los escudos y se pusieron frente a su señora.

El rey hizo una reverencia frente a la muchacha.

— ¿Podemos hablar?

Sigrid puso la mano sobre el hombro de una de sus guerreras.

— Bajad los escudos. Bien ¿Qué deseáis, rey Harald?

El hombre alzó las manos.

— Simplemente agradeceros por vuestra ayuda en batalla — Ambos comenzaron a caminar juntos, seguidos de las escuderas — Me salvasteis la vida aunque agradecería que no lo divulgaseis por ahí. Tengo una reputación que mantener.

Sigrid rió.

— No lo haré y ahora agradecería que me dijeseis que queréis, sin rodeos.

— Me interesa preguntaros sobre la salud de vuestro tío, el rey Egil el Justo — Harald le dirigió una mirada circunspecta — Me encantaría conocerlo.

— Os encantaría muchas cosas, rey Harald. Queréis ser rey de toda Noruega, queréis conocer a mi tío y...derrocarlo. Somos un reino noruego, para ser rey de toda Noruega deberíais eliminarnos o subyugarnos.

— O...tomar por esposa a una princesa de Alvheim.

Sigrid paró en seco.

— Lamento decir que eso roza lo imposible. Sabéis que estoy con Ivar.

— Y sé que Ivar no puede daros lo que se le debe dar a una mujer — Señaló el alrededor — Hay cosas que se dicen a voces, Sigrid. Pregúntate quién puede protegerte mejor ¿Un tullido...o yo?

— Declino vuestra protesta, rey Harald. Le prometisteis a aquella mujer convertiros en Rey de Noruega así que cumplid vuestra palabra ¡Ah! Y no necesito que nadie me proteja, para eso tengo mi escudo.

Sigrid se acercó a los hijos de Ragnar mientras afianzaba su capa sobre los hombros. Todos estaban igual, hacía un frío que pelaba y, a pesar de todo, las pieles seguían siendo algo ineficientes.

Sigurd estaba cortando carne de un ciervo asado mientras que sus hermanos comían, sentados en rocas y formando un círculo. Floki sirvió a Sigrid un vaso de hidromiel y ella se sentó junto a Ivar.

— Creo que los sajones son tan tímidos como algunas mujeres — Comentó el Deshuesado — Su corazón es débil, no creo que sean una molestia para nosotros.

— No sabes bastante Ivar — Dijo Björn, con la mirada clavada en la tierra — No has visto suficiente. Son valientes, yo he peleado contra ellos.

Ivar alzó los brazos.

— ¡Yo hablo de lo que ven mis ojos, Björn! Y lo que veo es que sus hombres salen corriendo, veo como su Dios sin agallas huye al ver a nuestros dioses.

— Escucha lo que te dice tu hermano mayor — Le aconsejó Sigrid, temblando.

— Al menos por una vez — Rogó Ubbe mientras ofrecía a Ivar un vaso — La gente que ves huir no son guerreros, no son ellos los que deben luchar para proteger el reino.

La Edda de Ivar el DeshuesadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora