El Reino de York: II

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Ivar suspiró mientras Sigrid caminaba alrededor. La tienda estaba vacía y cerrada, iluminada únicamente por el resplandor de algunas velas que estaban sobre mesas, cofres, y barriles.

— ¿De verdad es necesario? — Preguntó Ivar, gruñón.

— Ajá.

El vikingo miró a su mujer.

— ¿Qué diablos te pasa? Llevas dos días callada como una muerta.

Sigrid le miró, una mirada cargada de reproche.

— Habría agradecido que tus hermanos y tú me consultarais el plan para atacar York y no... Matar a esos pobres niños.

Ivar infló los mofletes.

— Cariño, fue necesario. Los chicos habrían podrido delatar nuestra posición a los... ¡Eh!

Sigrid le lanzó un cazo lleno de agua que lavó por completo la cara de Ivar. En ese momento entendía las palabras que su padre le dijo una vez: "Casarse es bonito pero también es como meter una víbora en tu cama."

— Podríamos haber consultado a mis escuderas cristianas o haber capturado a los niños y dejarlos lejos, atados en un camino donde alguien les encontraría.

— Amor, no pienses en eso — Le dijo Ivar — Perdóname, no te dejaremos fuera de las decisiones a partir de ahora, lo juro por mi brazalete sagrado — Ivar acarició la mano de Sigrid — Anda... trénzame el maldito pelo si tanto quieres.

Sigrid asintió y se sentó detrás de Ivar. El chico esperó pacientemente mientras escuchaba a su esposa cortar con el cuchillo mechones de pelo. Sigrid usaba sus manos con rapidez y habilidad.

— ¿Cómo sabes hacer esto tan bien? — Inquirió el vikingo. Su mujer rió — Dime.

— Antes se las hacía a mi padre y a Daven. Les encantaba, a veces pasaba horas jugando con sus pelos.

— Sig... no debes castigarte por sus muertes, no debes sufrir por Daven. Ahora está bebiendo y festejando en el Valhalla.

Sigrid asintió mientras volvía a su labor.

— Que Odín le acepte a su lado ¡Listo, Deshuesado!

Sigrid vertió agua sobre un gran caldero de plata y se lo ofreció a Ivar. El chico miró las coletas que su esposa le había hecho. Tenía el grueso del pelo trenzado en la parte del frente mientras que el resto de los flecos los tenía atados hacia atrás en forma de coleta.

— Nada mal — Felicitó — Así podrás trenzármelo todas las mañanas.

— Porque es mi deber como esposa pero, de otra forma, te mandaría a tomar por culo, Ivar. Se hace de día.

El chico asintió.

— Debemos prepararnos para atacar York.

Sigrid le besó y luego se marchó hasta el campamento de sus escuderas. Todas saludaban a su señora, la hija de Einar se detenía de cuando en cuando y les preguntaba a sus guerreras como estaban y si estaban preparadas, las incitaba a la batalla y a la victoria. Entró en su tienda.

Elisif estaba allí.

— ¿Y Eyra e Ysolda?

Elisif se puso en pie.

— Yo te serviré, si no te molestas — La joven tenía una voz apagada, lúgubre, suave pero desganada. La que antes fue una cara hermosa estaba demacrada y blanca como la de un enfermo, el pelo estaba bien cuidado pero tenía algunas canas, sus ojos, antes vívidos y centelleantes parecían más apagados que nunca.

La Edda de Ivar el DeshuesadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora