El Camino de los Dioses: IV

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Hvitserk sonreía mientras jugaba con Guthfrid. Sigrid les observaba desde una esquina con el gesto, su hijo reía a carcajada limpia, al igual que el Hijo de Ragnar. Hvitserk había llegado esa misma mañana junto a casi tres mil soldados francos. Sigrid quería vomitarle a Ivar en la cara ¿Pretendía que las tropas de Alvheim lucharan codo con codo junto a francos? ¡Francos! De veras, en ese instante Sigrid comprendía que Ivar no la comprendía para nada.

— Estás muy callada — Advirtió Hvitserk, dándole un caballo de madera a su sobrino.

— Tu hermano nos mantiene presos en esta casa desde hace tres días ¿Cómo quieres que me sienta, Hvitserk?

— Tal vez si le sonrieras y le dijeras perdón pues...

— ¿Perdón?

— Te acostaste con Ubbe — Respondió él, alzando las cejas y tapando los oídos a Guthfrid — Estás esperando a su hijo, cualquier hombre se sentiría traicionado si su esposa se acostase con su hermano, al menos sin su permiso.

— Habló el que se acostaba con la esposa de Ubbe.

Hvitserk entrecerró los ojos y soltó un largo y tenaz suspiro. El vikingo se levantó y se acercó a Sigrid, acariciándole la mejilla y colocándole un mechón de pelo oscuro tras la oreja.

— Tenía el permiso de Ubbe pero tú no el de Ivar.

— Y no lo necesitaba, soy una reina...

— Sin reino — Interrumpió el hijo de Ragnar — ¿De verdad piensas dejar Noruega?

— Mi tío gobierna en mi nombre en Dublín. Debo ir hacia allí antes de que le lleguen noticias de la caída de Alvheim y quiera colocarse la corona. Tú no lo conoces, es una rata como pocas. Además, Ivar no estaría dispuesto a cuidar del hijo de Ubbe.

— No — Dijo Hvitserk — ¿Pero qué esperas que haga? ¿Qué te habrá en canal y te saque a la criatura? He hablado con él... esperará al parto, y dará al niño a una familia de campesinos. Todo puede volver a ser como antes, Sigrid. Nosotros cuatro contra el mundo. Ivar, Guthfrid, tú y yo.

— ¿Y tus hermanos? ¿Has abandonado a Ubbe y Björn?

— Aunque no lo creas también guardo odio por Lagertha, quien esté en su bando no está en el mío. Sigrid...

— No podrás convencerme, Hvitserk.

El chico se cruzó de brazos, ceñudo.

— Temí que dijeses eso. Vale, he hablado con Astrid y este es el plan: Vas a pedir ver a Ivar, a solas. Mientras sacaremos a tus escuderas y a Guthfrid, les llevaremos a vuestro barco.

— ¿Y yo qué haré?

— Cenar tranquilamente — Dijo Hvitserk — Al menos hasta que avisen a Ivar del escape tus guerreras. Luego te escapas al puerto corriendo.

— ¿Y la guardia de Ivar?

— Yo me encargo de ese detallito ¿vale?

Ella asintió. Hvitserk volvió a jugar con su sobrino, también le regaló un pequeño colgante como el que llevaba Sigrid, una talla contra los espíritus malignos que había tallado la mismísima reina Aslaug a sus hijos. Luego, el Hijo de Ragnar se marchó.

Sigrid meditó lentamente el plan. No quería irse, quería quedarse con Ivar pero su hijo corría peligro. Ese no iba a ser el niño de Ubbe, no iba a ser el niño de Ivar, iba a ser el suyo, solo el suyo.

Pidió que llamaran a Ivar pero en su lugar la llevaron a ella hasta el gran salón donde su esposo estaba a aguardándola con una cena jugosa y unas velas. Sin duda Ivar sabía manipular a la gente, y sabía ser encantador cuando quería algo, lo difícil era averiguar ese algo.

La Edda de Ivar el DeshuesadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora