El Camino de los Dioses: III

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El drakkar volaba sobre las olas a medida que la vista de Sigrid se aclaraba y la capital del reino de Harald comenzaba a dilucidarse tras la niebla matutina. El puerto estaba lleno de barcos a pesar de que Ivar había perdido el primer asalto contra Lagertha, Björn y Ubbe. Al parecer se estaban tratando de recuperar de la derrota.

La chica llevaba una larga capa de gruesa lana cubriendo su cuerpo. Pudo oler la peste a muerto desde el puerto. Decenas de tiburones y ballenas estaban colgado de postes, muertos y secándose, le recordaba al olor del puerto de Alvheim en tiempos pasados. «No volveré a casa, nunca.»

Sus escuderas bajaron del barco, escoltándola a ella y a Guthfrid por las calles. Las mujeres desfilaban por las calles embarradas mientras los lugareños las observaban con ojos interesados y cuchicheos. Fueron hacia el gran salón.

Ivar estaba allí, sentado en un taburete con gesto aburrido mientras hablaba con el rey Harald y... Astrid, la amante de Lagertha.

— ¡La reina Sigrid! — Presentó uno de los hombres de Harald.

«¿Reina? Ahora mismo mi reino es un islote, mil guerreros y tres mil personas que se mueren de frío y hambre.»

Los ojos de Ivar se ensancharon como platos al ver allí a su esposa. Guthfrid se soltó del agarre de Eyra y echó a correr hacia su padre.

— ¡Papá! — Gritaba. Se agarró a una de las piernas de Ivar que parecía seguir en blanco por lo que estaba viendo. Finalmente tomó en brazos a su hijo y le abrazó.

El rey Harald, por su parte, caminó hacia Sigrid y depositó un beso en su mano.

— Bienvenida, reina Sigrid ¿Venías a uniros a nuestra batalla contra Lagertha y Björn Piel de Hierro?

Ivar le dirigió una sonrisa. Sigrid le correspondió, a pesar de todas las inseguridades que le trituraban el estómago allí estaba, de nuevo, junto a Ivar, ese maldito tullido que hacía que olvidara todo.

— No, rey Harald. No vengo a ayudarles.

El rey de Noruega ladeó la cabeza.

— Oh... qué decepción ¿Por qué venís, entonces?

— Tenía que hablar con Ivar — Respondió — A solas.

Harald miró a su esposa y a los demás presentes y tras un sencillo ademán el salón se vació casi por completo. Solo estaban allí Ivar, Sigrid y su hijo estaban los tres juntos, sentaos a una mesa, con una vela entre los tres y un cómodo silencio que se imponía.

— Hace meses que no sé nada de ti. Quiero que me perdones por lo que hice en York. Debí apoyarte en volver a Alvheim y, en vez de eso, actué como los bobos de mis hermanos hubiesen hecho.

— Hablando de tus hermanos ¿Y Hvitserk? ¿Está...?

Ivar sonrió.

— Él está bien. Ha hecho un viaje para recaudar más apoyo, volverá en unos días. Hace dos semanas que se fue.

Sigrid asintió. Guthfrid pasaba sus manos sobre las mejillas de su padre, jugando mientras se reía. Ivar le hizo cosquillas.

— El renacuajo ha crecido mucho — Dijo — Dentro de poco ya estará corriendo y chillando sin parar.

— Lo hace — Afirmó la reina — De vez en cuando.

Ivar asintió.

— ¿Si no has venido para ayudarnos contra Lagertha...qué haces aquí?

— Pues... no sabía dónde ir. He perdido Alvheim, Ivar. Los gautas vencieron y mi hogar ahora mismo debe ser presa de las llamas.

El Deshuesado bajó la mirada. El silencio se volvió a imponer, incluso el pequeño Guthfrid se quedó tan callado como un mudo.

La Edda de Ivar el DeshuesadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora