El reino del rey Corazón de Lobo: V

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Sigrid condujo a los hijos de Ragnar a través de las grandes multitudes. Era la hora del crepúsculo y hace seis días que el rey salió del Camino de los Dioses. Se habían convocado a todos los condes y guerreros. La respuesta había sido afirmativa: Alvheim iría a la guerra por Ragnar Lothbrook. Ahora, el rey Egil debía hacer sacrificios a los dioses.

Todos los presentes en la ciudad se habían reunido en la plaza, rodeando la gran estatua de Odín que había mandado a levantar el propio padre de Sigrid. Los sacerdotes pintaron con sangre la runa de Frey sobre los rastros de los hombres y sobre el de Sigrid la runa de Freyja, antes de dejarlos pasar.

Sigrid guio a los hijos de Ragnar.

— Aquí — Dijo ella, con voz firme pero suave — Sois los invitados y debéis estar en primera fila. Imitad a los demás y os irá bien.

La chica se agarró la capa y se dispuso a marcharse pero Ivar la agarró de la muñeca y dio dos pequeñas caricias sobre su palma.

— ¿Qué te pasa? Te veo...preocupada. Si puedo hacer algo...

La chica sonrió.

— Gracias, Ivar, pero no es nada. Tranquilo.

<< Claro que es algo. No me quito de encima las palabras del rey. "Un destino y una desgracia." >> Sigrid estaba mermada al recordar esas palabras llenas de misticismo. Eran las palabras de los dioses ¿Qué significarían?

Ubbe se arrodilló junto a su hermano.

— Al parecer, te gusta la chica ¿Eh, Ivar?

El hijo menor hizo una mueca.

— Eso no es asunto tuyo, Ubbe. Ni vuestro, Sigurd y Hvitserk. No peguéis la oreja...resulta patético.

Las antorchas iluminaban el ambiente y Sigrid se reunió con Gerda y los gemelos que estaban acurrucados bajo sus mantas. Jensen temblaba aunque Sigrid pensaba que era más por la sangre en su rostro que por el frío.

— Tranquilo — Susurró Sigrid, aunque ella misma estaba intranquila.

A lo lejos un mar de guerreros con antorchas se aproximaba, en filas de dos, cargando los escudos del reino. Marchaban entre las filas de ciudadanos, clavando las antorchas por el camino y formando un paso señalizado para los sacerdotes que iban detrás: Calvos y silenciosos, tanto que parecían muertos vivientes y luego estaban los otros; Los sacerdotes que se disfrazaban como bestias, aullaban como lobos y asustaban a los niños. Incluso a la hija de Einar se le helaba la sangre al verlos.

Los sacerdotes hicieron un círculo estático alrededor de la estatua mientras que los disfrazados hacían lo mismo pero seguían gritando y dando vueltas entre la población y los demás hombres de dioses.

El Rey se acercó. Olaf a su derecha y Daven a su izquierda. Seguidos de los condes. Todos estaban pintados, las caras irreconocibles salvo por los fríos ojos tras la pintura.

— ¡Oh, Odín, Padre de Todo, te saludamos!

— ¡Te saludamos! — Gritó la muchedumbre.

— ¡Señor de los Aesir, bendice a nuestros guerreros para vengar a Ragnar Lothbrook, tu hijo!

— ¡Guerra! — Clamaron los sacerdotes disfrazados y su escándalo se intensificó mientras reptaban a la luz de las antorchas como si fueran lobos, pajarracos, osos y jabalíes.

— ¡Acepta este sacrificio que te ofrecemos, gran Odín y escucha el ruego de tu pueblo!

Varios soldados caminaron hacia el centro de la plaza, con un grupo de esclavos encadenados tras ellos. Eran ocho, cuatro chicos y cuatro chicas.

La Edda de Ivar el DeshuesadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora