01 | Su tormento, mi tormento

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    Sonreí triunfante al ver el mensaje de aquella chica que quería ligar conmigo. Era de la escuela, pertenecía al club de las porristas y era realmente atractiva. Aunque sabía que no quería estar en algo serio, solo quería acostarse conmigo y ya. Y llevaba un tiempo acostándome con ella.

    Todos los días esta chica, Diane, me mira con picardía y desde el primer momento supe que quería otra cosa. No es que esté, ni quiera jugar con Diane, porque sé muy bien que no está enamorada de mí y sabe que no estoy enamorado de ella.

    Diane me había enviado un mensaje diciéndome que hoy me veía totalmente guapo. Salí un rato con los amigos de la escuela, con los que practicaba futbol americano y las porristas. Diane, se la pasó coqueteándome, y sabía que, si seguía así, no tardaría en volver a acostarme con ella, es decir, ¿Cómo resistirse cuando tiene su tan bien formado cuerpo cerca del mío y su mano con uñas bien arregladas tocando mi pecho y mi pierna? En fin, ese mensaje dejó de importarme cuando escuché la puerta principal abrirse y después cerrarse.

    De seguro era April, mi hermana menor por tres años. Y es la niña más dulce que he conocido en toda mi vida. Siempre alegre, bromista, muy cariñosa y llena de vida. A veces me sentía mal por estar acostándome con cualquier persona, pues no quería que ella hiciera lo mismo. Ya lo sé, doble moral, pero yo al menos sé cómo manejarme ante algunas situaciones, se reaccionar rápido y no sé cómo pueda ser con ella. Por eso casi no me gusta que se entere de algunas cosas que hago.

    Dejé el celular touch en la mesa de granito y salí de la cocina para asegurarme de que fuese April quien haya llegado. También había salido con sus compañeros hoy, pero no estoy seguro de si fueron a comer algo por ahí, o al cine o qué. Le había dicho que me llamara si necesitaba que fuera a buscarla o cualquier otra cosa. Ella solo puso sus ojos azules en blanco y sonrió negando con la cabeza. Antes de salir me abrazó amorosa y fugazmente, le di un beso en la coronilla y le pedí que se cuidara. Era más pequeña que yo, y me gustaba cuidar de ella.

    Tenía quince años y siempre trataba de vivir su vida al máximo y con la madurez necesaria para su edad. Siempre le digo que no hable con desconocidos antes de verla salir por esa gran puerta. Siempre trato de explicarle la forma en la que piensan los hombres para que no se tragara cualquier cuento y sepa cómo manejarse con ellos.

    En fin, la vi subir por las escaleras con rapidez, silenciosamente y encogida. Me extrañó la forma en la que lo hacía, era como si no quisiera que la descubrieran o algo.

    —¿April? —me atreví a llamarla con la ceja levantada. Ella apresuró el paso. La seguí aún más confuso.

    Cuando giré en el pasillo de la segunda planta, agradecí que tuviera que detenerse para abrir la puerta, así no me evitaría.

    —Hey, April, ¿está todo bien? —pregunté estando cerca de ella.

    —Sí, todo perfecto. Solo quiero descansar. Hablamos después —me evitó la mirada y entró con cierta torpeza a su habitación, y antes de ella cerrarla, metí el pie para que no me bloqueara la entrada.

    —¿Te pasó algo? —pregunté con simpleza al ver su forma apresurada. Era un poco extraño, no me evitaba de esa manera. Me dejaba ser, preguntar, y me respondía. Pero no para salir de mí, como justo ahora estaba haciendo. Bajó la mirada al suelo.

    —No, solo estoy exhausta, adiós.

    —Prill...

    Cerró la puerta con mucha fuerza en mi cara, tanto así que tuve que apartar mi rostro con rapidez para no quedarme sin nariz. Me quedé quieto tratando de recapitular en mi cabeza lo que había pasado justo ahora mismo.

El Cuervo © |COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora