20 | Nadie más

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   Me estacioné en frente de la casa de mi líder. En el camino entero no dejé de preguntarme qué mierda le iba a decir a Liza, cómo se lo explicaría. 

    Maldita sea, esto iba a lastimarla, sé lo mucho que me quiere, lo mucho que confía en mí. Liza me va a odiar, pensará que jugué con ella, que para mí lo de nosotros en verdad no iba en serio.

     ¿Este es el momento en el que me arrepiento de haber entrado a los Dominis? Porque joder, estoy a punto de hacerlo.

     Salí del auto cerrando la puerta con demasiada fuerza. Y mientras me acercaba a la entrada de la casa de mi novia, las ganas de estamparle el puño en la cara a Elliott y a Jackson crecían. Dos contra uno, genial, y yo no podía decir ni una maldita palabra.

     Y poner a April en medio de todo esto, maldición.

     No podía permitir que la hirieran de nuevo. Debe de haber algún modo de joderle los planes a Jackson, pero no encontraba alguna cosa que pudiera amenazarlo. No había ninguna jodida solución.

     Después de tocar el timbre, la puerta se abrió dejando ver a Jackson.

     ―Sabía que harías lo correcto ―dijo serio.

     Quería gritarle que estaba enfermo, que algún día me las iba a pagar. Pero todo por April, todo por esa niña que no se merecía nada de esto.

     Entré a la casa y me paré en el umbral de la sala. Liza abrió los ojos y una gran sonrisa se dibujó en sus hermosos labios. Y me sentí tan miserable. Saber que después de esto, yo ya no sería la causa de su gran, hermosa y deslumbrante sonrisa, sino de sus lágrimas.

     Liza se acercó a mí y me abrazó con una fuerza que me iba a dejar sin aire. Reí ante su emoción de verme. No podía creer que todo esto se acababa aquí, hoy, de esta forma y sin poder explicarle bien la verdadera razón.

     Ella me odiaría, Ethan también. Tal vez si yo no hubiera entrado a los Dominis, Liza no se hubiera enamorado de mí y no saldría lastimada. Pero no puedo arrepentirme tan fácilmente, porque ella entró a mi vida cuando yo más necesitaba un apoyo.

     Quería susurrarle al oído que la amaba, pero sabía que eso no tendría sentido al terminar la relación, al dejarla. Quería decirle que me perdonara, y estoy seguro de que ella me preguntaría por qué.

     La abracé fuerte, como nunca antes la había abrazado, pues sé que es la última vez que la tendría así.

     ―Necesito hablar contigo ―le murmuré y Liza se separó. Su rostro cambió un poco al escuchar mi voz, ya que esta estaba tensa.

     ―Claro, seguro.

     Entramos a la cocina y nos sentamos en los taburetes. Quería tomar sus delicadas manos y besarlas, demostrarle tanto amor. Y no necesariamente para que no se olvidara de mí, sino como una despedida. Quería demostrarle el afecto que ya no podré darle. 

     Y dolía. Dejar a la persona que amo dolía como el infierno. No creí que esto acabara, y mucho menos de esta forma.

     ―Ya no puedo seguir ―dije sintiendo el nudo en mi garganta.

     No quería mirarla, no quería ver su mirada llena de tristeza, esa tristeza que yo estoy causando.

     ―No entiendo, ¿a qué te refieres? ¿Que ya no puedes seguir con qué? 

     Su voz era trémula. ¿Cómo le explico sin exponer mi situación?

     ―Lo nuestro, Liza ―no terminé bien la frase y ya ella había separado sus manos de las mías.

El Cuervo © |COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora