11 | Los hechos

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    Estacioné el auto en frente de la puerta de casa. Salí y entré a mi hogar, y cuando lo hice alcé la voz mencionando el nombre de mi hermana. Subí a su habitación y encontré la puerta abierta. Visualicé a April sentada en su escritorio, haciendo deberes. Toqué la puerta con suavidad llamando su atención y gracias a eso, puso sus ojos azules tristes en mí. Le sonreí.

    —Decidí adelantar algunas cosas de la escuela mientras te esperaba —dijo con un tono apagado, con la mejilla apoyada en su puño, volviendo su vista a su cuaderno.

    —Perdón —sentí disculparme, hecho esto, apreté los labios. April alzó sus ojos hasta mirarme y arrugó el entrecejo con debilidad.

    —¿Por qué? —se encogió de hombros sin muchas fuerzas. Ella jamás había tenido tan poca energía. Ella, todo el tiempo demostró una poderosa curiosidad. Y ya no tiene nada.

    Sentí mi pecho estrujarse de una manera horrible cuando me di cuenta de que otra vez la estaba perdiendo.

    Mordí el interior de mi mejilla y negué con la cabeza con debilidad.

    —Te he traído una malteada, está en el auto.

    April dejó su bolígrafo en la mesa y con poca energía se puso de pie. Tomó su celular y caminó hasta la puerta.

    —Veo que estas usando mucho esa chaqueta de cuero —dijo al pasar por mi lado y alejarse.

    —Pero debes admitir que me queda genial —dije arrogante.

    Mi hermana menor se detuvo y me miró con una pequeña sonrisa. Negó y yo la seguí. Varios segundos después nos encontrábamos subiendo al Jeep para ir al consultorio del doctor Glambolia.

    —¿Por qué me pediste perdón? —preguntó y yo la miré fingiendo confusión —. Cuando llegaste a casa, me pediste perdón, ¿Por qué?

    Respiré con profundidad sin separar mi mirada del parabrisas.

    —Te estoy dejando mucho tiempo sola —murmuré —. Y no debería cuando en realidad necesitas mi apoyo.

    —¿Y qué te hace pensar que necesito una niñera?

    Hubo silencio. No dije que nada porque en realidad no sabía que decirle. Solo me limité a humedecer mis labios con la lengua.

    —Eres mi hermano, Evan, y de verdad te agradezco que siempre cuides de mí, pero tampoco es justo que dejes a un lado tu vida simplemente por lo que me pasó.

    Mordí el interior de mi mejilla pensando en ese carácter tan directo que tenía April. Digna de ser mi hermana.

    Me aparqué en el estacionamiento de la plaza, y me quedé quieto, sintiendo la mirada de Prill.

    —Tienes derecho a vivir tu vida, ¿sí? —pausó —. Tienes derecho a salir con los chicos, a tener una novia.

    —¿Y qué hay de ti, April? —dije poniendo mi mirada en ella, que ahora me observaba confundida.

    —¿Cómo que qué hay de mí, Evan?

    —¿Crees que es justo que yo ande disfrutando de mi vida cuando tú...?

    Me callé abruptamente y April me miró enojada.

    —¿Cuándo yo que? —noté que se contenía. Pero, ¿Qué? ¿Las lágrimas? ¿La rabia? —. ¿Cuándo yo estoy jodida? ¿Cuándo mi vida esta jodida porque abusaron de mí? ¿Es eso lo que ibas a decir?

    Abrí los ojos mostrándome sorprendido.

    —¡Por supuesto que no, Prill! Lo que quise decir, es que no es justo que yo esté haciendo lo que sea con mi vida, disfrutándola, cuando tú me necesitas. Cuando una persona está sola y herida, piensa de más, ¿sabes?

El Cuervo © |COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora