Capítulo 1: Secuestro

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Odio el instituto. Con el día tan bueno que hace y yo aquí encerrada en estas cuatro paredes. Bufo mientras miro de nuevo el reloj. Animo Carla solo faltan diez minutos y ya serás libre.

-- La Revolución de las colonias americanas fue... -sigue explicando la profesora.

Por favor, que se acabe ya esta tortura. Es entonces cuando el timbre que marca la última clase suena. ¡¡Por fin!!

Recojo mis cosas rápidamente y salgo disparada de allí. Dios mío, ¿cómo alguien puede llegar a ser tan aburrida? Es increíble que no haya muerto de aburrimiento, un milagro teniendo la profesora que tengo. Salgo del instituto y me dirijo hacia el aparcamiento. Tengo que darme prisa para llegar al trabajo a tiempo.

Llego al coche y empiezo a buscar las llaves. Alzo la mirada y veo a un chico parado al otro lado del aparcamiento. Tiene el pelo azabache y los ojos azules. Es guapísimo. Lleva una chaqueta de cuero y una camisa azul a cuadros. Me sonríe y yo le devuelvo la sonrisa algo tímida. En ese momento la dirección del aire cambia y me llega su efluvio. Arrugo la nariz, no es humano. De hecho no se lo que es, solo se que es muy desagradable. Veo que comienza a caminar hacia donde estoy. Me doy prisa y entro en el coche. Veo como él ya ha llegado casi a donde me encuentro. Arranco y salgo disparada dejándolo ahí tirado. Adiós, chaval.

Conduzco a toda pastilla hacía Ports Angeles. Ya se me ha hecho demasiado tarde. Enciendo la radio y empiezo a cantar una de mis canciones favoritas de One Direction. Lo reconozco soy fan. La música está a todo volumen. Algunos conductores se me quedan mirando mientras canto como una loca. Sí, estoy como una cabra. Pero así soy yo. Aparco en frente de la tienda y salgo del coche.

-- ¡Tía Layla, ya estoy aquí! -digo nada más entrar.

Una chica que parece estar organizando las cosas se gira y me mira con curiosidad. ¡Es increíble! Nunca había visto a nadie como ella. Ninguna de las sirenas que conozco se puede comparar con ella.

--- Hola soy Ambre -me saluda extendiendo la mano-. Tú debes ser la sobrina de Layla, Carla ¿verdad? Tu tía me ha hablado mucho de ti -parece una chica muy maja.

¿Ambre? O dios mío, es la Reina de las Sirenas.

--- Es un placer conocerla majestad -digo estrechando mi mano. Hace una mueca de disgusto.

--- Por favor llámame Ambre, solo Ambre. Nada de alteza, majestad... -dice sonriendo- No me gustan los títulos. Al fin y al cabo todas somos iguales, no hay porque utilizar títulos.

--- ¡Carla! -dice Layla, saliendo del almacén- Que pronto has llegado. -la mira y sonríe- Por lo que veo ya os conocéis así que venga poneros a trabajar.

La miro extrañada sin entender. ¿Es que acaso la Reina trabajará conmigo?

--- A es verdad, no te lo conté -dice Layla- Ambre también trabajará con nosotras, ya sabes para echar una mano. El negocio está subiendo como la espuma de mar y necesito más personal -mi cara de poker hace reír a Ambre.

--- Ya se, ya se. Es raro que una Reina trabaje, pero es que no puedo utilizar siempre el tesoro real para mis gastos -bromea aún riéndose-. La gente sospecharía. Esta es la única manera para no llamar tanto la atención.

--- Oh -es lo único que me sale.

Después de una hora de trabajo atendiendo los clientes por fin la tienda se queda vacía. Al menos por un rato.

--- Carla, espero que mi presencia no te incomode. Lo cierto es que tu tía es una buena amiga mía y me hizo un tremendo favor -confiesa- Espero que tú y yo podamos llegar a ser buenas amigas.

--- Claro, eso me encantaría -digo, sonríe y seguimos trabajando.

Las siguientes dos horas nos las pasamos hablando y haciendo broma. Me cuenta que ya tiene su vínculo. Yo le digo que aún estoy buscando a mi príncipe azul. Me sorprende que ambas tengamos la misma edad, parece tan madura.

Después de cerrar la tienda quedamos para que este fin de semana vaya a su casa, para conocer a su familia y a algunas sirenas que se han quedado a vivir en Forks, buenos más bien en la Reserva.

Es una chica muy maja y alegre. Me cae realmente bien.

-- Tengo que irme a casa. Nos vemos mañana -me despido y subo de nuevo al coche. El camino de vuelta a casa es más tranquilo.

Al llegar abro la puerta y dejo las llaves sobre la repisa de la entrada. Mamá no a llegado aún. Voy a la cocina y miro si a dejado la cena. No. Tendré que hacerla yo luego. Salgo de allí y subo las escaleras para ir al baño. Necesito una ducha después de este día tan largo. Me desvisto y me meto en la ducha. Abro la llave del agua y siento como el líquido moja mi cuerpo. Aclaro mi melena y retiro la espuma que me envuelve. Es entonces cuando oigo como la puerta de abajo se abre.

-- ¿Mama? -llamo cerrando el grifo.
Una corriente de aire sacude las cortinas y en menos de una milésima de segundo siento que unos brazos me rodean la cintura.

-- No sabes lo que me ha costado encontrarte hija de Poseidon -dice una voz masculina en mi oído. Su olor llega a mí al instante. El mismo olor repulsivo del aparcamiento. No le veo la cara pero se que es ese chico- ¿Realmente creías qué podrías huir de mí?

Me sujeta con mucha fuerza. Intento liberarme de su agarre pero es imposible, es más fuerte que yo. Una de sus manos deja mi cintura y asciende por mi vientre hasta llegar a uno de mis pechos. Lo agarra con fuerza y empieza a manosearlo. Su contacto me provoca arcadas, no puedo creer que en un principio pensara que era guapo. Es despreciable.

Cierro los ojos y me concentro en detectar algún metal en su cuerpo. Bingo. Sus manos se apartan de repente de mi cuerpo y se las lleva al cuello. Esa cadena de oro será su perdición. Aprovecho la distracción y salgo corriendo. Agarro el albornoz y me lo pongo sin dejar de correr. En menos de un segundo ya estoy en la puerta. La abro precipitadamente y me choco contra algo duro. Doy un paso a tras y me encuentro con un chico de pelo castaño y ojos verdes. Este sonríe al verme.

-- Eres una gatita muy escurridiza, preciosa -dice mientras me agarra y ponéis muñecas por detrás de mi espalda-. Necesitas aprender a respetar a tus mayores.

Desesperada intento hacer el mismo truco con él. Pero no lleva nada de metal. Mierda.

-- Que chica tan mala -dice él otro chico mientras baja tranquilamente las escaleras.

-- David, ¿no te había dicho qué no llevaras nada de metal? -dice el que me mantiene agarrada con un tono frío y autoritario que me pone los pelos de punta.

-- No pensé que se daría cuenta. Es una niña muy lista -me mira con lujuria.

Su mirada obsesiva me revuelve las tripas. Me intento deshacer del agarre que me tiene sometida pero siento que me clavan algo en el cuello y poco a poco mis párpados se vuelven pesados.

-- Vámonos antes de que alguien nos vea -es lo último que escucho antes de que todo se vuelva negro.

Aguas Olvidadas { #Libro 2 }Donde viven las historias. Descúbrelo ahora