Capítulo 8

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Al día siguiente cuando desperté, Kidd ya no estaba en la cama. Miré en reloj que estaba en la pared y apenas iban a dar las 6 de la mañana.

Comencé a ponerme nerviosa porque las opciones que venían a mi cabeza, eran que Kidd me había dejado, robado o que había ido a buscar a mi padre para entregarme.

Me levanté de la cama buscando mis maletas, y estaban justo a mi lado.

Josefa entró por la puerta y mi corazón se sintió más tranquilo.

- ¡Buenos días bella durmiente!

- Nana, ¿Dónde está Kidd?

- Está afuera hablando con algunos de su tripulación. Me dijo que viniera a despertarte, para que tomaras un baño, desayunaras y prepararas tus cosas antes de zarpar.

Mi corazón se sintió más tranquilo. Kidd estaba siendo fiel a su palabra.

Cuando llegó la hora de subir al Tricornio, no podía creer lo que estaba a punto de hacer.

Sentí una mezcla de miedo y emoción. Estaba a punto de ser completamente libre.

- ¿Estás lista niña?

- Lista, filibustero.

Kidd comenzó a reír. No se cómo un pirata podía verse tan hermoso. Era injusto para los demás humanos.

- Después de usted señorita.

Kidd me mostró una parte de la embarcación. No completa, porque era gigantesca, necesitaría por lo menos un día entero para recorrerla de inicio a fin.

El tricornio era asombroso y completamente hermoso. No podía creer que le perteneciera a un pirata. Parecía más bien un navío diseñado para un rey.

Cuando me enseño los camarotes de los tripulantes, pensé que el mío sería muy parecido. Algunos dormían en literas y otros en hamacas que colgaban en pequeños espacios compactos.

Nunca había dormido en una hamaca, así que se veía divertido. Pero para mi sorpresa, Kidd me guío a un camarote exclusivo.

Era una habitación privada, bastante amplia, con una cama un poco más grande que una matrimonial, con hermosas cortinas escarlata colgando de una pequeña ventana con vista al mar. También tenía mi propio tocador y baño privado.

- Kidd esto es demasiado. Puedo dormir con el resto de la tripulación.

- Solo si quieres que esa bola de sarnosos te hagan algo, por supuesto que no. – dijo como si mi comentario hubiera sido lo más tonto del mundo.

- No creo que se atrevan a tocarme si tú se los pides.

- Aun así, no confío en ellos con una mujer. Me siento más seguro yo también de esta manera. Además piensa en la comodidad de Josefa también.

- Es verdad, muchas gracias Kidd. Esto es más de lo que puedo pedir.

- Me alegra que sea de tu agrado. Tengo asuntos que atender. Regresaré a darte una vuelta por la noche ¿De acuerdo?

- Si, por supuesto.

Acostumbrarme al barco no fue difícil. Y menos con las comodidades que Kidd me había ofrecido. Los días pasaban y cada vez ese lugar se sentía más como casa.

Kidd venía a visitarme por lo menos cada dos o tres días. Siempre lucía un poco agotado, pero se cercioraba de que ni a mi ni a Josefa nos faltara nada.

El filibustero que robó mi corazón (Piratas)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora