Capítulo 17

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El silencio era una tortura para mi impaciencia. Quería que esto fuera como una simple bandita que arrancas, duele pero luego te acostumbras al dolor y al final desaparece.

Kidd por fin habló.

- Te equivocas. – sonrió tan leve que a penas y era notable. – De todas las maneras posibles.

- ¿Qué quieres decir? – Lo miré confundida.

Kidd evitaba mi mirada a toda costa.

- Kidd háblame. – dije impaciente. - ¿Por qué estoy equivocada?

- Porque si te necesito María Paula. Te necesito más de lo que pensé que podría necesitar a alguien. Nada de lo que he hecho desde que te conocí lo he hecho con ninguna otra intención que no sea hacerte feliz.- dijo mirándome con sus profundos ojos azules. – Y eso me está consumiendo.

Mi expresión era de sorpresa total. No sabía si estaba soñando. Tal vez en algún punto me quedé dormida y todo esto era parte de un sueño.

- Kidd... - no podía decir otra cosa.

De pronto Kidd puso ambas manos en mis mejillas y acercó su frente a la mía.

- Desde el día que te vi por primera vez, sabía que serías mi maldita perdición.

De pronto, sus labios reclamaron los míos y no supe que hacer. Al ver que de mi parte no había respuesta, Kidd intentó separarse de mí, pero no había manera de que dejara que eso sucediera. Mis dedos se aferraron a su cabello y cuello con fuerza y con mi estómago sintiéndose como si mis entrañas estuvieran siendo consumidas por fuego, lo besé como había soñado tantas veces hacerlo.

Me sentía tonta tratando de imitar sus movimientos o el expertis de su lengua. Su mano se deslizó hacia mi cintura, y mi cuerpo ardía por sentirlo lo más cerca de mi posible.

Parecía una competencia en la que yo llevaba el letrero de perdedora desde el principio. Sus movimientos eran perfectos, sus labios suaves y su sabor un néctar de los Dioses.

Mi cuerpo era testigo que esto estaba sucediendo, pero mi mente aun no creía que esto era posible.

Bartolomeo Kidd me estaba besando, me tenía en sus brazos y me reclamaba como si fuera suya.

Era el primer y único hombre que había besado en mi vida, pero era el único que quería besar para siempre.

Nos separamos unos segundos para coger aire. Mi cuerpo se sentía en llamas. Mis labios hinchados y una sonrisa no se apartaba de mi rostro.

Su frente seguía recargada sobre la mía, y sus manos aún me sostenían.

- ¿Estoy soñando? – dije como una estúpida.

Kidd soltó una risa perfecta. Juró que era mi melodía favorita.

- No María Paula. No estás soñando. – besó mi frente.

Cerré los ojos ante su contacto, y el comenzó a repartir pequeños besos de mariposa alrededor de mi rostro, hasta terminar en mi boca.

- ¿Estás seguro? Porque si lo estoy no quiero despertar por favor.

- Si esto es un sueño, ten por seguro que es el mío pequeña. – me sonrió.

- Entonces, ¿Esto qué significa Kidd? ¿Significa que te gusto? – dije con ojos suplicantes con temor de su respuesta.

- Significa... - dudó por unos segundos. – significa que me tienes como un maldito estúpido hechizado por ti María Paula.

No pude evitar sonreír. Era tan perfecto que de verdad creía que la locura por fin me había poseído y esto no era más que obra de mi cabeza.

- Pero, es que... - dije confundida. – No lo entiendo Kidd. Siempre me has tratado como una niña. Nunca me has demostrado ese tipo de interés y Lavanda... - agachó su mirada ante la mención de ese nombre. - ¿Estás jugando conmigo? – dije incrédula de que esto pudiera ser verdad.

- ¡No! – dijo serio. – Lavanda no significa nada para mí. Más que un estúpido intento fallido de alejarte de mi cabeza.

- Pero, no es solo ella. Siempre me has tratado como una niña. Como si yo no provocara nada en ti...

- ¡María Paula, me provocas todo! – dijo riendo. – Cada vez que te miro necesito 10 baños de agua fría y alejarme antes de actuar como una bestia frente a ti.

- ¿Pero entonces por qué...?

- Porque creí que si te trataba como a una chiquilla, mi mente se convencería de que eres solo eso. Pero fue el plan más estúpido del universo. Es imposible no notar la mujer hermosa que eres. – su mirada me devoraba entera.

Sentí como mis mejillas eran consumidas por un calor y sabía que debía estar del color de un jitomate.

- Eres hermosa María Paula. – dijo mirándome con sus profundos ojos azules. – ¡Joder! Eres la mujer más hermosa que he visto en toda mi condenada vida. Tendría que estar ciego o estúpido para no verlo.

Volvió a besarme como si ya nada se lo impidiera. Hasta que tocaron a la puerta.

- ¿Y ahora qué?- gritó Kidd molesto por tener que separarse de mí.

- Excuse Moi Capitán – habló Jean Paul del otro lado de la puerta. – Los hombres se están peleando con la repartición de botín y no podemos controlarlos.

- ¿Es que tengo que hacerlo todo yo? Son una bola de imbéciles sin remedio. – dijo Kidd virando los ojos. – Ya salgo.

Me dio un beso rápido en los labios.

- Ya vuelvo, esta conversación no ha terminado. – dijo guiñando uno de sus ojos y salió por la puerta.

La sonrisa no se borraba de mi rostro y sentía que mi corazón podía saltar de mi pecho en cualquier minuto.

Bartolomeo Kidd me veía como una mujer.

¿Pero qué significaba esto?

¿Qué significaba gustarle a un pirata? ¿Ser una más entre sus múltiples conquistas? ¿Me llevaría con él a recorrer los mares, o me dejaría en el primer puerto después de aburrirse de mí?

Veía esto tan imposible, que no pensé más allá de solo gustarle a Kidd.

El gustaba de mí, pero yo estaba enamorada de él como una estúpida.

Decidí salir a tomar un poco de aire. Me sentía asfixiada en medio de las cuatro paredes, nerviosa de saber qué tipo de conversación tendría con Kidd a su regreso.

Para mi sorpresa, Jean Paul no estaba fuera de mi habitación. Al parecer el conflicto entre los marineros era tal que olvidaron quedarse a resguardar mi puerta. En realidad era un alivio para mí, ya que no tenía ganas de estar acompañada.

Aproveche el bullicio del problema del botín para pasar desapercibida y salir de la cuna del mono.

Empecé a caminar hasta que tope con el mar. Era luna llena y brillaba como si 500 estrellas la estuvieran alumbrando. Me acerqué hacia el mar y quité mis zapatos. El agua fría contra mis dedos me hacía sentir relajada.

Decidí sentarme en la arena con mis rodillas recargadas contra mi pecho. El agua iba y venía y la espuma de las olas terminaba justo en la punta de mis pies.

Decidí cerrar los ojos y por unos segundos olvidarme de todo. El sonido del agua y la brisa de aire contra mi rostro eran como una canción de cuna invitándome a dormir.

Enterré mis pies dentro de la arena y recosté mi cabeza sobre mis rodillas.

Estaba comenzando a relajarme completamente, cuando mi paz se vio interrumpida por una voz tan siniestra que causó que todo mi cuerpo se paralizara.

- Vaya, Vaya. Miren lo que trajo la marea. – soltó una risa maliciosa. 

El filibustero que robó mi corazón (Piratas)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora