Capítulo 41

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Alberto pasó por nosotras para ir a casa del duque de Arcos.

Desde que entrabas, todo en el lugar gritaba dinero. Entramos por dos grandes puertas de hierro que parecían llegar al cielo. Atravesamos un gran jardín con arbustos recortados en diversas figuras. En el medio había un lago cubierto por aves y justo en su centro una impresionante fuente con tres querubines.

La casa era inmensa, rodeada por columnas de marfil, y una gran puerta de cedro con detalles en oro y sus esquinas estaba rodeada por estatuas de jinetes en caballos preparados como para ir a una guerra.

Si bien por fuera era impresionante, por dentro era una obra de arte. Literalmente. Todo el techo estaba pintado como si fuera la misma capilla Sixtina. Los sirvientes desfilaban llevando y trayendo comida hacia el gran salón. Y los vitrales simplemente te quitaban el aliento.

- ¿Es lindo verdad? – dijo Alberto notando la expresión de mi rostro.

- ¿Lindo? – dije atónita – ¿Seguro que no es el paraíso?

Alberto soltó una pequeña carcajada.

- ¿Tu casa también es así sobrino? – dijo mi tía tocando todo lo que se le ponía en frente.

- Lamento desilusionarla tía. Aunque también es grande y bonita, el duque de Arcos tiene un gusto inigualable.

- Creo que podría acostumbrarme a vivir en un lugar así. – habló mi tía sin prestar atención a la conversación de Alberto. – Imagínense, Florentina Arismendi, Duquesa de Arcos.

Una garganta carraspeó.

- En seguida los recibirá el duque. – dijo un hombre mayor, que supuse era el mayordomo. – Pueden pasar al gran salón.

Música clásica sonaba en el gran salón. Nos sirvieron pastelillos y tartaletas. Sentía que estaba en la misma casa de la reina. Todo era de un gusto exquisito.

No sé porque estaba tan nerviosa.

En la pared se miraban cuadros de la familia. La mayoría caballeros de cabellera rubia y ojos azules.

- ¿Cuál de ellos es?

- Eseeeeeee – dijo mi tía señalando a un cuadro de un hombre guapísimo. – Mira esos ojos, esas cejas, ese cabello, esos labios... Es hermoso.

Había algo en él muy familiar. No sabía si era el anhelo de mi inconsciente traicionándome, pero juraría que era idéntico a Kidd. Claro con facciones un poco más maduras.

- Si, lo es. – Dije embelesada con la pintura.

- Es una obra de arte.

- Bueno, no se si obra de arte sea el comparativo correcto, pero agradezco el cumplido. – dijo una voz grave detrás de nosotras.

- Emiliano. – dijo Alberto divertido mientras mi tía estaba del color de un tomate. – ¡Qué gusto verte!

- Alberto. Señoritas. – dijo inclinando la cabeza

- Florentina – dijo mi tía extendiendo su mano. – Florentina Arismendi.

- Un placer.

- Oh no, el placer es mío. – dijo mi tía con coquetería. – créame.

Yo no podía quitarle la mirada de encima. Podía jurar que era idéntico a Bartolomeo.

- ¿Se siente bien señorita?

- Sus palabras me regresaron de mi trance.

- Si sí. Disculpe usted Duque. Soy María Paula. María Paula de la Garza y Arismendi. – beso mi mano.

El filibustero que robó mi corazón (Piratas)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora