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Roberta...

Definitivamente Diego era un gran imbécil, salí de ese despacho llena de furia, con ganas de llorar pero con el llanto atorado, no me iba a permitir hacerlo más, necesitaba arrancarlo de mi mente y corazón sin sentir culpa porque él fue quien decidió este absurdo y estúpido camino al no creer en mí, en lo que pude haberle demostrado en todo el tiempo que quizá perdí junto a él.

Quisiera dejar de pensar en él, pero todo lo que hago siempre conduce a que sepa que no soy todo lo que cree, quiero que llegue ese día y verlo a la cara porque sé que va a arrepentirse porque va a hacerlo y entonces ya no estaré para él.

Intenté dejar de pensarlo y enfocarme, sujeté fuerte el volante pensando en lo que sucedió en esa sala, el juez me miraba como si yo fuera la culpable, pero estaba muy equivocado e iba a demostrárselo a todos.

Si no expuse todas mis armas frente a esta audiencia es porque hablé con mi abogado y me aconsejó que sería mejor guardar todas las pruebas para el juicio de la custodia.

Todos estos días me he tomado la tarea junto con los chicos de hacer investigaciones para dar con el paradero de Javier, él sería un testigo importante porque es el único que puede decir la verdad y limpiar mi reputación, así no quedaría ninguna razón para que Diego obtenga la custodia de los niños, pero desafortunadamente parece como si se lo hubiera tragado la tierra.

En todo este proceso he tenido que hacer de tripas corazón, a pesar de que seguía sintiendo algo por aquel ciego que tuve por esposo durante tanto tiempo, no puedo quedarme llorando por alguien que cada vez me demuestra que no vale la pena, no puedo perder a mis hijos por esas estúpideces.

Antes de bajar del coche resoplé frustrada, solo quería entrar a la casa de mamá por mis hijos y que todos actuaran normal, pero sé que empezarán a atacarme con preguntas y a verme como si estuviera desahuciada, la verdad eso no me gusta para nada porque no me ayuda.

Respiré mucho y bajé de auto, caminé tratando del verme segura, entera, aunque por dentro fracciones de mí sangraban.

Como lo imaginé estaban todos, cuando digo todos son todos viéndome con cara de tragedia.

Intenté controlar mis emociones.

Alma: ¿Cómo te fue? -preguntó tan pronto me vio atravesar la puerta.

La miré tratando de disimilar mi humor ante el ataque de todos. Me senté en el espacio que abrieron para mi en el sofá.

Roberta: No llegamos a ningún acuerdo como era de suponerse -vi a todos lados, estaban mis sobrinos jugando, pero mis hijos no. -¿Dónde están los niños? -pregunté bastante inquieta.

Luján: Es que cometimos una imprudencia -me vio muy preocupada mientras yo solo deseaba que no fuera lo que estaba pensando.

Roberta: ¿Qué pasó?

Mía: Es que... estábamos hablando del tema y los niños nos escucharon. -oprimió los ojos esperando mi reacción.

Roberta: No podían hablar de otra cosa ¿Verdad? ¡¿A caso no sabían que los niños estaban por ahí y los podían escuchar?! -bufé más que furiosa. -¿Dónde están?

Alma: Están en la habitación, se encerraron con llave y no han querido salir hasta que tú vayas. -dijo al borde del llanto.

Roberta: Iré a hablar con ellos. -dije ya tratando de asimilar lo que iba a ocurrir- Gracias -me dirigí a todos con sarcasmo.

Ahora mi tiempo se había limitado ni siquiera se enteraron por mi boca y es lo que más me duele. Lo peor es que todavía no encontraba las palabras justas para todo esto.

Lo Mejor De Mi Vida ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora