Prólogo

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Mis ojos ardían por las lágrimas derramadas, a pesar de que no quería continuar llorando mi cuerpo no me permitía parar, era como si cada célula del mismo susurrara en mis oídos todo lo horrible que estaba ocurriendo para romperme, para que colapsara y soltara todo.

Me encontraba solo, hambriento, helado y con mucho miedo. Mamá no volvía, era tarde y a pesar de ello no volvía.

Mami.

Murmuraba una y otra vez con un hilo de voz. Quería a mi mamá, tenía seis años y la necesitaba como al mismo oxígeno, la necesitaba más que al alimento que todos los días llegaba por ese extraño tubo en una bandeja de plástico, "el arca" lo llamaba mamá pues decía que era como una nueva oportunidad, era lo que nos mantenía vivos y nos iba a salvar; yo lo llamaba Sidd pues sabía que alguien debía estar detrás de aquello, la comida nunca llegaba por sí sola o eso solía decir papá cuando se marchaba a trabajar.

Mami.

Murmuré nuevamente, pero ella no llegaba y una parte de mí, de ese pequeño, sabía que nunca lo haría.

Dos días después un grupo de gente vestida de un extraño color blanco y con un uniforme aun más extraño, entró a casa y me encontró sentado en mi pequeño sillón amarillo abrazando la mascada favorita de mamá, empapado de lágrimas, con tanto frío que mi pequeño cuerpo temblaba y mis labios eran azules. Me encontraron allí sentado con todas las esperanzas que un niño de seis años podría tener aplastadas hasta el olvido, aferrado al único objeto que aún mantengo de ella: un pañuelo violeta.

Un nuevo comienzo. Fueron las palabras que susurró una señora de pelo gris en mi oído mientras me envolvía en una manta y me llevaba en brazos hasta un camión, donde una enfermera de ojos amables me recibió.

Un nuevo comienzo.

Y sí que lo había sido.



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