Capítulo 33

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Azoté la puerta con fuerza, con amplio conocimiento de que estaba cometiendo una locura, y tan rápido como mis músculos me lo permitieron coloqué el pestillo aun sabiendo que sólo retardaría al príncipe y sus escoltas sólo por unos minutos. Corrí hacia las cajas con provisiones y las acumulé frente a la puerta que me separaba de Malvoro a modo de crear un escudo.

ꟷ¡No gastes energía, plebeya, la necesitarás! –las palabras del príncipe fueron acompañadas de una horrible carcajada que provocó que lágrimas se instalaran en mis ojos.

Observé la habitación buscando una salida, sabía que el tiempo se me agotaba y podía visualizar el paso de los segundos como arena escurriéndose en un reloj antiguo. Necesitaba una solución rápida.

Necesitaba que Samuel activara nuevamente los sistemas aunque sabía que eso no iba a ocurrir en el futuro próximo.

ꟷAbran esa maldita puerta.

Ahogué un grito, muerta de miedo por lo que estaba segura que iba a suceder: me agarrarían y me juzgarían como a una criminal. A pesar de que sentía la necesidad de rendirme, no podía defraudar a mis padres, a Perseo o Demetria.

Encontré finalmente una escotilla tras unas cajas apiladas sobre una estantería que podría matarme si caía sobre mí debido a su peso. Era la única forma de salir de la habitación sin que acabara ante las narices de Malvoro y sus guardias.

Aparté las cajas de madera con celeridad intentando ignorar las voces tras la puerta que amenazaban con terminar con mi vida. El príncipe se escuchaba furioso y hubiese jurado que me desgarraría la garganta con sus propias manos de poder. Utilicé la llave robada para retirar los tornillos que mantenían la rejilla de ventilación en su lugar y los tiré fuera de mi camino.

El ducto de ventilación era tan estrecho que iba a caber con suerte y debería arrastrarme sin cesar hasta poder llegar a otra rejilla. Sabía que iban a perseguirse y que probablemente no podría salir del laberinto de ductos sin ayuda pero estaba dispuesta a intentarlo.

­ꟷRíndete, Aanisa, y quizás tenga misericordia de ti.

Sentí lágrimas recorrer mi rostro y nublar mis ojos pero no me permití detenerme ni por un segundo. Sonreí en mi interior al poder retirar finalmente uno de los tantos obstáculos que me impedían escapar con rapidez.

Me deslicé por el ducto de ventilación, sintiendo como a mis espaldas los guardias de Malvoro –probablemente Francisco entre ellos- pateaban la puerta para que la misma se separara de sus goznes. Me arrastré tan rápido como mi enorme vestido me lo permitió ignorando las voces cada vez más elevadas a mis espaldas y la incomodidad que sentía en mis antebrazos por el esfuerzo de impulsar todo mi cuerpo.

Chillé hasta que mis cuerdas vocales ardieron cuando sentí unas manos cerrarse en torno a mi tobillo, el fin de mi vano intento por escapar había llegado más rápido de lo que había imaginado. Arrojé la llave tan lejos como pude en el interior de la escotilla a sabiendas que ninguno de los guardias podría ingresar siendo lo último que divisé en ese reducido espacio antes de ser arrastrada por el suelo.

Sentí mi mentón doler inmensamente cuando mi rostro golpeó contra el duro y frío suelo y mis ojos se nublaron debido al golpe y a las lágrimas que mis glándulas no habían dejado de expulsar. Estaba acabada y lo sabía.

ꟷBuenas noches, Aanisa.

Me giré sobre mi espalda y a pesar de que no planeaba levantarme del suelo, el pesado pie de un guardia cuyo rostro y nombre desconocía acabó en mi pecho, dejándome sin aire y reteniéndome contra el piso.

A pesar del limitado tamaño de la habitación al menos media docenas de guardia acompañaban al príncipe Wang y me provocaban a su vez un agudo dolor de cabeza, todos vestían igual y sus rostros estaban cubiertos por máscaras que me impedían divisar sus rasgos. Mi cerebro procesaba tan rápido como podía y con una mínima eficiencia estudiaba lo que me rodeaba en busca de una nueva vía de escape.

El problema era que no había ningún lugar, aunque diminuto, por el que pudiera escabullirme.

ꟷ¡Suéltame! –grité mientras intentaba zafarme del maldito pie que me mantenía postrada contra el piso, ansiando ganar tiempo.

Demetria debería notar la ausencia de su hermano y el entrenador que hacía mi existencia un infierno. Perseo seguramente ya se habría percatado de mi retraso. Sólo necesitaba que alguno de los dos corriera a mi encuentro y me salvara el pellejo.

Sabía que no tenían forma para demostrar que estaba cometiendo traición o algún crimen, sólo era una chica escondida en una pequeña habitación que se sentía aterrada y amenazada por un príncipe y sus entrenados acompañantes.

No obstante, también tenía el presentimiento de que Malvoro y Francisco –principalmente éste último- encontrarían algo para culparme y mantenerme encerrada el resto de mis días. Algo relacionado con mi padre y los marcados, a pesar de que no conformaba parte del grupo rebelde.

ꟷNo, no, no –se colocó de cuclillas ante mí con la gracia que sólo un miembro de la realeza podría poseer-. No queremos que te lastimes, plebeya.

Sabía que estaba en graves problemas pero eso no me impidió luchar con mi escasa fuerza y aunque solo logré derribar al escolta que me mantenía aprisionada contra el frío suelo me sentí satisfecha cuando fui puesta en pie por dos hombres para mirar el rostro del príncipe.

ꟷPuedes decirme qué planean mi estúpido hermano y tú y quizás no mate a tu padre.

Sentí la cólera subir por mi cuello y colorear mi rostro con un fuerte rubor, quería arrancarle la cabellera con mis propias manos y arruinar su apuesto rostro. Sin embargo, consciente de lo limitada que me encontraba para defenderme con mis puños, hice lo único que se encontraba dentro de mis posibilidades para humillarlo.

Lo escupí.

Y su rostro se transformó de paciente negociador a un enojado ejecutor.

ꟷTerminen con ella, saben dónde ponerla.

Quise soltar un comentario hiriente para humillarlo aún más si eso era posible mientras se retiraba de la habitación con la espalda recta y la frente en alto, pero antes de que pudiera formular siquiera una idea sentí un fuerte golpe en la parte trasera de mi cabeza y como mi cuerpo se drenó de energía. Mis ojos se cerraron lentamente y caí en una inconciencia que me absorbió completamente.

En mis últimos segundos de lucidez el rostro de mis padres y sus respectivas sonrisas hicieron acto de presencia en mi maltratada cabeza y una disculpa quedó atrapada entre mis labios. Había vuelto a fallar y me sentía como una niña nuevamente, una temerosa niña que no entiende como seguir adelante ante la pérdida de sus padres.

La realidad era que mientras me zambullía en la oscuridad me percaté de que estaba cansada de fallar y de seguir las órdenes de la monarquía. No lo volvería a hacer a menos que de eso dependiera mi vida.

Estaba dispuesta a luchar hasta perecer en el intento.


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