Capítulo 02

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Un silencio sepulcral se instaló en cada rincón de Pangea, por recóndito que fuera quedó sumido en un profundo silencio luego del inesperado y alarmante anuncio.

La fiesta terminó segundos después de que la imagen holográfica de la reina desapareciera por completo como si la razón que nos había impulsado a realizarla en un primer momento hubiese sido borrada de la mente de cada uno de nosotros. Sin pronunciar palabra, cada huésped del Centro de Salud fue dirigido hacia su vivienda tan rápido como los viejos camiones lo permitían. No fue hasta que los conductores volvieron que los enfermeros, empleados y asistentes nos retiramos rumbo hacia nuestros hogares con el corazón latiendo erráticamente.

Mamá y yo tomamos el autobús, con miedo de decir algo que pudiera despertar la ansiedad a pesar de que nadie nos había prohibido hablar. Sorprendentemente para la hora, el autobús estaba al tope de su capacidad, no había asiento vacío y varias personas viajaban de pie. Por fortuna, el viaje a casa solo duraba unos pocos minutos gracias a la velocidad con la que se movían los vehículos impulsados por energía solar.

Sin mediar palabra descendimos en la estación cercana a casa y de la misma manera nos dirigimos hacia nuestro apartamento. Papá nos esperaba en la puerta del imponente edificio, con una sonrisa forzada y los ojos repletos de miedo, aún así el saber que nos encontrábamos juntos fue un gran alivio para mis nervios.

En todo el tiempo que había transcurrido, que no superaba los veinte minutos, mi cabeza había imaginado mil y una posibilidades para lo que podría estar ocurriendo pero ninguna se asemejó a la verdad, nadie hubiera previsto una situación tan aberrante.

A las ocho en punto ni un segundo más, tan puntual como reloj suizo –según lo que contaba la historia-, la imagen holográfica de la reina se proyectó nuevamente en nuestra sencilla sala de estar justo por medio de la pantalla plana frente al sillón gris y donde debía estar la mesa para café que había roto por accidente cuando era pequeña; la única diferencia era que ahora se encontraba acompañado por el Rey Li Zhong y el Ministro de Seguridad Ambiental Enrique Valderramo.

Vestían ropa de gala lo que significaba que una guerra no era lo que debían anunciarnos y eso fue todo lo que necesité para calmarme. La reina llevaba un vestido rojo que llegaba hasta el suelo, toda la tela estaba repleta de brillos; el corte era sencillo pero delicado, se ajustaba a su busto en los lugares correctos y en su cintura descansaba una cinta del mismo color, bajo la misma el vestido continuaba de manera descuidada como un océano rojo. Su cabello estaba recogido en un moño trenzado y no pude sentirme menos que horrible en mi ropa de estudiante a pesar de que era mi conjunto favorito. No obstante, a pesar de la elegancia que la caracterizaba su atuendo, al igual que el del resto de sus acompañantes, resultaba exagerado en comparación con la ropa que estaban obligados a vestir las clases más bajas

El rey llevaba un traje negro con botones dorados que se extendían por lo largo de su chaqueta y bordados en el mismo color, no había mucho que admirar más que la gracia que desprendía con prendas tan sencillas a pesar de que, estaba segura, costaba alrededor de dos años de comida. El ministro, por otro lado, llevaba su uniforme azul con la escarapela de Pangea.

—Buenas noches, ciudadanos –la voz del Rey se apoderó de la sala, tan potente que provocaba que mi piel se erizara con pronunciar una simple vocal, siempre había admirado ese característica de él pero esa noche y las siguientes el sentimiento era completamente distinto, esa voz, su voz solo podía provocarme miedo-. Mi amada reina se ha comunicado con cada uno de ustedes por este medio para dirigirlos hacia sus hogares de manera rápida. La razón no les ha sido revelada pero con la finalidad de sosegarlos nos encontramos aquí con un anuncio sumamente importante que cambiará el rumbo de la historia. Ministro Valderramo, por favor.

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