Capítulo 10

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Desperté temprano, antes de que el reloj sonora a la hora obligatoria. Giré sobre mi cuerpo intentando conciliar el sueño nuevamente, enrollando en consecuencia las sábanas en mis extremidades. Pese a mis esfuerzos, no pude volver a dormir y logré únicamente un pequeño dolor de cabeza y un malestar en la espalda que me acompañaron por horas.

En casa, antes de terminar mi educación superior, despertaba antes de la salida del sol y realizaba mi rutina sin complicación alguna. Desayunaba en silencio, me aseaba y con mi padre salíamos de casa rumbo a la Sede Central de la Fundación. Allí, realizaba tres horas de labor social; al finalizar, tomaba un autobús con destino a la estación de tren donde abordaba uno rumbo a Myanmar, estado vecino en el cual se encontraba la mejor formación para historiadores de Pangea. El trayecto duraba una hora y cuarto, tiempo en el cual me dedicaba a estudiar o a dormir si me encontraba muy cansada. Asistía al Centro de Educación Superior por seis horas, tomando un descanso adicional de una hora para almorzar. Abordaba nuevamente el tren a las cinco de la tarde y caminaba hasta el Centro de Salud donde realizaba mis últimas tres horas de labor social del día. Finalmente, volvía a casa cuando el sol se había escondido y tan agotada que conciliaba el sueño al instante.

Tener tiempo de ocio, por lo tanto, no era algo de lo que gozara en Pangea y no tenía idea sobre qué hacer en el mismo. Podría leer alguna historia de mi nueva biblioteca pero me deparaba un largo viaje y prefería no agotar los libros prematuramente.

Derrotada, perdiendo la guerra del sueño, me bañé y me preparé para mi primer día oficial en la nave. Alargué la ducha tanto como pude, hasta que finalmente se cortó el agua por sí sola al llegar a los veinte minutos establecidos como límite para evitar el derroche innecesario de agua.

Sequé mi cabello con el secador automático que se encontraba en el baño –un lujo que nunca había podido darme pese a mis ahorros- y me coloqué el uniforme de entrenamiento. El mismo, consistía en una remera sin mangas y pantalones ajustados color negro decorados con dos sencillas líneas: rojo y plateado. Peiné mi cabello en una cola de caballo alta y esperé hasta que el reloj sonara anunciando que era la hora de comenzar la rutina.

Disponía de una hora desde ese momento hasta que el comedor abriera, por lo que decidí enviarles un mensaje a mis padres con la finalidad de calmar sus nervios sobre el viaje. Más aún, necesitaba comunicarme con ellos a sabiendas que no obtendría una respuesta inmediata.

Úsalo bien. Esas habían sido las palabras de Adeline pero no podía soportar la idea de seguir sola, inclusive si eso significaba desperdiciar la única oportunidad de comunicarme con mis padres que tendría en cuatro meses.

Me senté en el sillón y coloqué mi pulsera en la mesa frente a este. Seleccioné en mi microordenador enviar mensaje y el nombre del destinatario para luego prepararme para grabar el mensaje que tanto ansiaba enviar.

—Hola, mamá. Hola, papá. Ayer llegué a B-shop, luego de haber estado en la sede espacial y en la capital. El viaje fue increíble aunque no estoy segura de querer repetirlo –rasqué mi sien, intentando mantener la calma-. Te encantaría mi habitación, mamá. Tiene un baño enorme y un vestidor aún más grande. Papá, tú amarías la biblioteca. ¡Está repleta de libros reales!

Tragué con fuerza, intentando no romper en llanto. Sabía que enviarles un mensaje a mis padres iba a ser desgarrador siendo que sólo podría comunicarme nuevamente con ellos si ocurría un milagro a partir del segundo en que seleccionara enviar, pero no imaginé que podría derrumbarme mucho menos luego de pasar tan poco tiempo alejada de ellos. No obstante, la soledad pesaba en mis hombros y amenazaba con tirar abajo todas mis defensas y a mí con ellas. Entendí entonces que sólo las personas fuertes podían atravesar por cambios sin apoyarse en algún ser querido.

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