Capítulo 19

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Me desplomé en la tina, agotada y con los ojos llenos de lágrimas a punto de escapar. Me dolía el cuello en exceso, me lastimaba hablar y tenía el temor de que el príncipe hubiese roto algún hueso, sin embargo no estaba dispuesta a ir a enfermería. No tenía excusa que pudiese utilizar para justificar mi estado y dudaba que los médicos quisieran curarme sin saber lo que me había sucedido. Un hematoma estaba al borde del nacimiento y no había maquillaje creado que pudiese taparlo.

Malvoro no se andaba con juegos. Había sido claro: o me alejaba de Demetria o iba a torturarme. Juraba que tenía las mismas ideas que mi padre, podría haber estado equivocado pero luego del ataque mis ideales habían cambiado. Papá tenía razón, una persona como él no podía gobernar.

Salí de la bañera con pasos temblorosos y me vestí de la misma manera, temiendo dar el siguiente paso por miedo a que fuera erróneo. Estaba aterrorizada, temía el siguiente encuentro con el príncipe. No sabía a quién acudir, no sabía cómo continuar.

Demetria era mi única amiga en el universo y perderla era algo que estaba destrozándome. Podría luchar pero no estaba dispuesta a arriesgar la vida de mis padres por un capricho. Había sobrevivido más de veinte años sin un amigo que rozara mi edad, podría sobrevivir un poco más si eso significaba proteger a mis padres y protegerme a mí misma.

Me salté la cena esa noche dado que no poseía las agallar para presentarme, del mismo modo no pude conciliar el sueño atenta a cada ruido de la silenciosa embarcación. A la mañana siguiente tomé el desayuno tan tarde como pude para evitar cruzarme con Demetria al igual que con Perseo. Llevaba una camiseta de entrenamiento con el cuello alto y agradecí a quien fuera que la hubiese diseñado por ayudarme a tapar el hematoma. El mismo recorría la mitad de mi cuello y tenía la inconfundible forma de un antebrazo, el de Malvoro. Más aún, tenía un horroroso color violeta.

Llegué al recinto de entrenamiento segundos antes que Francisco y me fui en tanto terminamos los ejercicios, con un minuto de ventaja respecto al día anterior. Habíamos progresado con la actividad de la semana pero mi mente estaba tan sumida en la advertencia del príncipe que no pude emocionarme, ni siquiera al ver la cara de enojo de Francisco. Escondí mi mirada durante todo el tiempo y me obligué a no mirar en dirección a mi única amiga.

Afortunadamente, Perseo era una persona callada que no disfrutaba mucho hablar. Nuestras conversaciones se limitaron al entrenamiento y fueron simples palabras para pasar la prueba que me costaron pronunciar.

Sin embargo, escapar de Demetria era algo que me dolía más que el hematoma y que era por mucho más difícil que ocultarle la verdad a su hermano. Al igual que yo, la muchacha de ojos violetas carecía de amigos y le costaba poder concretar una amistad. A pesar de ser una persona rodeada de gente que la adoraba por el simple hecho de ser princesa, ella se sentía sola y yo me había convertido en la responsable de aumentar esa soledad.

Tomé el alimento post-entrenamiento en mi habitación, luego de haberlo escogido al azar en el comedor. Al igual que el resto de los días, tomé una ducha y mi rutina finalmente terminó a la espera de empezar nuevamente a la mañana siguiente.

Luego de entrenar, Demetria y yo pasábamos el día juntas y ella era quien solía proponer actividades que se acoplaban a los gustos de las dos pues era quien conocía la nave y no se perdía, como era mi situación. No obstante, mis planes habían cambiado a causa de Malvoro.

Mi microordenador sonó, mientras terminaba de vestirme y una mueca de asombro llenó mi rostro. Era la notificación de un mensaje y el mismo era de mi madre.

Kirvi Brais no era una entusiasta de enviar mensajes por medio del pequeño computador en nuestro brazo dado que ella prefería el antiguo arte de hablar frente a frente. Desearía que ese hubiera sido nuestro caso, estar paradas una frente a la otra siendo capaz de abrazarnos y mirarnos a los ojos.

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