Capítulo 35

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La espera se convirtió en otra forma de tortura, los minutos fluían convirtiéndose en horas y lo único que sabía con seguridad era que seguía encerrada en la amplia habitación que se me había asignado como dormitorio. A pesar de los esfuerzos, no podía dejar de caminar de lado a lado, buscando las mejores respuestas a interrogantes aún no formulados y debatiéndome sobre cómo actuar a la hora de mi sentencia.

Malvoro tardó al menos medio día en enviar un guardia para vigilarme, lo cual resultaba simplemente inútil puesto que no iba a malgastar lo que me restaba de energía en intentar derribar a un hombre que me duplicaba en peso. No obstante, me aseguré de torturarlo con preguntas.

ꟷ¿Sabes? Nunca me había sentido tan observada en mi vida –me encontraba sentada en el sillón y a pesar de estar dándole la espalda sabía que podía escucharme-. ¿Cuándo vendrá el príncipe? Estoy segura que tiene muchos interrogantes.

El treintañero permaneció en silencio, quieto como una estatua junto a la puerta. Lo positivo de su presencia era que pronto alguien más importante y de rango superior vendría por mí. Estaba esperando ansiosa ese momento.

ꟷ¿Tendré derecho a una comida o moriré de hambre? Sed no tengo, he bebido del grifo del baño pero ansío un poco de jugo de manzana. ¿Puedes conseguirme un poco?

Poco después de su llegada y de cientos de preguntas escapando de mis labios como balas, dos escoltas lo reemplazaron. El pobre muchacho iba a necesitar una píldora para el dolor de cabeza o mi voz resonaría en sus sueños por días.

ꟷ¡Oh! ¡Más compañía! –exclamé con ironía-. ¿Tendré el honor de ver pronto al príncipe?

El silencio fue mi única compañía real por los próximos treinta minutos hasta que nuevamente la puerta del dormitorio se abrió. Al menos una docena miembros del personal de seguridad entró a poca distancia uno del otro, deteniéndose frente a mí.

ꟷAanisa Brais, su presencia es solicitada ante la realeza.

Quise exclamar de alegría aunque sabía que ello no me ayudaría en nada, mi papel de loca charlatana había concluido con el escape de mi primer acompañante. Sabía con certeza que lo peor estaba por venir y necesitaba mantener la compostura para poder asegurar mi libertad: viva o muerta.

Sabía por experiencia que las medidas Wang no eran misericordiosas para con los criminales, incluso si un crimen no podía ser probado. Cualquier agitador, ladrón, asesino o criminal a secas estaba destinado a pasar el resto de sus días en un calabozo. Malvoro debía haber reunidos suficientes motivos para que fuera considerada una revoltosa y no podía asegurar que la princesa y Perseo hubiesen hablado a mi favor.

Estaba sola en esto, al menos por las próximas horas.

El oficial al mando, un señor de la edad de mi padre con ojos grises y el cabello rubio blancuzco, acortó la distancia a mí con un dispositivo que nunca había visto de cerca pero conocía muy bien. Esposas.

Extendí mis brazos hacia delante y con seguridad cerró las pulseras en mis muñecas, manteniéndolas unidas. Tiró de mí hacia adelante, utilizando los brazaletes de acero como agarre. No había necesidad de tratarme con tanta brusquedad puesto que estaba colaborando pero intuía que decírselo no le agradaría.

Si bien el hombre no me agradaba no podía odiarlo, él no tenía la culpa de haber nacido noble y de cumplir órdenes. Podría haber elegido ser un marcado o simplemente una persona neutral, en su lugar decidió unirse a las fuerzas de seguridad.

ꟷDebe guardar silencio hasta que se encuentre frente a la audiencia.

Bajé la cabeza, armándome de valor a medida que era retirada de mi habitación y conducida por los pasillos hacia arriba, donde sólo residían los miembros de la familia Wang y su escolta real.

La habitación era amplia y desprovista de ornamentos, sólo una extensa bandera tras cinco asientos que hacían de trono. Sus ocupantes eran personas que había visto todos los días en los anteriores meses, vestidos con ropas de galas y ceños fruncidos, portando los colores de la realeza y coronas exuberantes poco necesarias.

Los reyes me observaban con severidad, como si hubiese tenido el descaro de asesinar a su propio hijo. Lo había imaginado en múltiples ocasiones pero aún no había tenido la oportunidad de matarlo, esperaba que pronto llegara.

A la derecha del rey, su primogénito esbozaba una sonrisa que aún recuerdo en mis más horribles pesadillas, lucía complacido incluso divertido con mi presencia en la sala. No tuve el valor de observar a los dos miembros restantes de la familia, por temor a que su lealtad hacia mí no hubiera sido más que un invento.

ꟷArrodíllate.

Me hubiera gustado discutir, decirles que ellos no tenían poder sobre mí y que no eran más que personas estúpidas que habían tomado posesión de un trono manchado de sangre que no les pertenecía. No obstante ello, seguí la orden del rey bajo la mirada atenta de los guardias y con una profunda sensación de nauseas me doblé sobre mis rodillas.

ꟷAanisa Brais, única ganadora de Pangea con el permiso de abordar B-shop, has sido acusada de espionaje y traición a la corona.

Quise reír, reír a carcajadas en sus rostros. ¿Espionaje? Me encontraba aislada en una nave que viajaba a la velocidad de la luz, podrían haber encontrado mejores argumentos para esposarme. ¿Traición a la corona? Eso era una realidad y si me mantenían con vida pensaba unirme a los marcados para finalmente ayudar a terminar con su mandato de terror.

ꟷ¿Cómo te declaras ante estos cargos?

Culpable.

ꟷInocente, su majestad.

ꟷ¿Tienes forma de probar que las acusaciones en tu contra son falsas?

Niego con la cabeza.

ꟷSólo puedo ofrecerle mi palabra, señor.

La risa del heredero al trono llenó la habitación, cargada de burla y desprecio.

ꟷ¿Tu palabra? –escupió la pregunta como si de veneno se tratare-. No eres más que una historiadora fracasada, hija de una enfermera inútil y un hombre que traicionó a la nobleza para seguir una carrera inservible.

ꟷ¡Cierra la boca!

Sus ojos se abrieron de par en par y sentí mi cabeza dar vueltas debido a la cólera. No podía creer que acabara de gritarle a un miembro de la realeza mientras intentaba probar mi inocencia, aunque era más culpable de lo que ellos creían. Sin embargo, me sentía orgullosa de haberle hecho tragar sus palabras, no podía permitir que menospreciara a mis padres. No les iba a fallar en ese sentido.

ꟷ¿Te atreves a hablarle a tu futuro rey así?

Las palabras de la reina estaban llenas de desprecio y me encargué de mirarla con el mismo odio y asco. Era obvio que el momento ideal para soltar palabrotas y comentarios hirientes había comenzado y con fortuna el golpe terminal iba a llegar con prontitud.

ꟷ¿Futuro rey? –escupí-. No es más que un niño mimado que no conoce a su pueblo y que enviará a toda la nación a una guerra civil sólo para demostrar que tiene los recursos para hacerlo.

Había perdido la poca compostura que me restaba, a pesar de estar aún de rodillas me sentía más entera que nunca. Sabía que iba a perder contra Malvoro, que mis intentos de ser declarada inocente iban a ser en vano pero me aseguraría que escucharan algunas verdades antes de enviarme a lo más profundo de la nave.

ꟷRetráctate.

Me enderecé, sin ánimos ni intenciones de disculparme.

ꟷAanisa...

Dirigí mi vista hacia Demetria, quien me observaba con pesar y me rogaba con sus globos oculares de un suave violeta que me deshiciera en disculpas. Sostuve su mirada hasta que bajó su rostro, a sabiendas que aunque lo hiciera no me esperaba un futuro mejor.

ꟷ¡Sáquenla de mi vista!

Observé a Malvoro con odio mientras dos guardias me ponían de pie y era arrastrada hacia la salida. Me juré en ese momento que de volver a verlo me encargaría personalmente que le pidiera perdón a mi difunta madre.


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